martes, 10 de julio de 2012

¿Desmantelamiento cultural? No estábamos mejor antes de la crisis

El pasado 18 de junio, Ángel Calvo publicó en A*Desk un artículo sobre la deriva de las políticas culturales gallegas durante los últimos años a raíz de la crisis económica. Se trata de un texto que me interesa porque aborda de manera específica una problemática que me resulta cercana, pero sobre todo porque creo que puede ser un buen punto de partida para debatir acerca de algunos de los puntos más controvertidos de las -ya diarias- discusiones sobre el futuro de la gestión cultural.

Por partes, que hay mucha tela que cortar:

1. El título completo del artículo es El molestar en la cultura. Sobre el desmantelamiento de la cultura en Galicia. Soy consciente de que es una forma de centrar el tema en pocas palabras, pero me parece un encabezamiento ciertamente arriesgado, en la medida en que se puede ser fácilmente vinculado a esa perversa tendencia a identificar la cultura con sus supuestos voceros (gestores e instituciones). No quiero insistir demasiado en este punto porque es algo que he repetido en este blog mil veces, pero, independientemente de lo que entendamos por cultura, veo difícil que ésta pueda ser mermada o desmantelada por una reducción presupuestaria. Es posible, en el peor de los casos, socavar o suprimir determinadas estructuras de creación o divulgación cultural, pero ni siquiera el cierre de un museo responde siempre a este supuesto. Tengo la certeza de que la desaparición de algún centro cultural generaría más cultura de la que sepultaría (incluso en términos cuantitativos... más de un proyecto de interés ha muerto ahogado en la maquinaria propagandística de instituciones absolutamente desconectadas de la realidad social, cuando no fagocitado por éstas).

2. Calvo menciona las voces que, en 2005, solicitaban demoler la parte construida en la Ciudad de la Cultura. Yo mismo defendí esta postura -con matices, a mí me bastaba con interrumpir la construcción y "vender" unas ruinas visitables- en conversaciones con académicos, gestores culturales, comisarios y artistas, y puedo decir que la mayoría de respuestas que recibí antes de la crisis se regían por un mismo patrón: "el proyecto no debería haber nacido pero, una vez ha echado a andar, lo mejor es seguir adelante".

Coincido con lo que el texto plantea: para PP, PSOE y BNG tanto la demolición como el abandono de las obras eran medidas extremadamente impopulares, decisiones difíciles de digerir en términos políticos, hasta el punto de que puedo llegar a entender, aunque critique y no comparta, su huida hacia adelante. Sin embargo, me parece inadmisible la complicidad de un gran número de agentes culturales. La única explicación lógica es que el trasfondo de su particular "de perdidos al río" fuese la posibilidad de beneficiarse directa o indirectamente de la actividad de un macrocentro cultural en Galicia. A muchos se les hacía la boca agua con las plazas laborales (y con los comisariados, las asesorías, los comités de compra...) que, se suponía, exigiría la puesta en funcionamiento del proyecto. La Ciudad de la Cultura ha salido adelante con la complicidad de gran parte de los que hoy la tildan de despilfarro y despropósito. Y esto debe saberse. Es vergonzoso que algunos de los que se frotaban las manos hace cinco años reivindiquen "otra forma de hacer las cosas" a día de hoy (nada sorprendente en el mundillo: los mismos que apoyaron la proliferación de contenedores culturales sin proyecto critican el colapso del sistema, a golpe de 2012, desde sus puestos de dirección en los principales centros nacionales). Aquí, en Galicia, muchos, por su posición, contactos e influencia económica y/o política tenían el deber de, cuando menos, haberse pronunciado públicamente en contra de la Ciudad de la Cultura, un proyecto que es, desde y por su propia concepción, demencial y cancerígeno.

3. La hipocresía que enmarca este cambio de actitud evidencia la fragilidad de muchos de los juicios que actualmente se vierten sobre los efectos de la crisis en la cultura. Empieza a calar el mensaje de que las cosas se hacían bien cuando había dinero y que los desarreglos del presente son consecuencia directa de la carestía económica. Es un discurso fácil e interesado. Lo único que ha hecho la reducción de los presupuestos en cultura es evidenciar hasta qué punto estábamos haciendo las cosas mal. El problema en 2012 es el mismo que en 2002: que la gestión de los recursos económicos del Ministerio, las Consejerías y las Concejalías de Cultura es lamentable. Cuando hablamos de que el CGAC y el MARCO no tienen recursos para programar en condiciones o contratar personal, al igual que cuando nos referimos a la desaparición de festivales y encuentros de música experimental, cine, danza o artes escénicas, estamos hablando de problemas cuya solución requiere decenas de miles de euros (el archiconocido Espai Zer01 -para que quede claro que éste no es un problema galaico- necesitaba para sobrevivir la "salvaje" cifra de 75.000 euros anuales). La exposición Gallaecia Pétrea, por su parte, supone un desembolso de alrededor de un millón y medio de euros para las maltrechas arcas de la Xunta de Galicia. ¿Con qué cara podemos seguir repitiendo que no hay dinero? Que hace algunos años el banquete fuese lo suficientemente grande como para permitir que muchos viviesen de las sobras de las iniciativas megalómanas no quiere decir que el problema no radicase -y siga radicando- en una nefasta distribución de recursos.

4. ¿Las causas de estos violentos desequilibrios? Muchas. Por un parte, los responsables en materia cultural de ayuntamientos, comunidades autónomas y el propio estado español suelen tener tanto conocimiento y experiencia en gestión cultural como yo en física cuántica. Por otra, muchos de estos cargos -y/o de los correspondientes mandos intermedios- son ostentados por gestores económicos que tienen muy claro qué hacer para cuadrar las cuentas pero que no tienen ni la más remota idea de la rentabilidad social del patrimonio y las actividades con las que juegan a su particular Monopoly (algunos reclaman mayor protagonismo de los artistas -"jubilados", por lo general- aunque una mirada a la SGAE puede dar pistas de lo peligroso de esta opción). Sin embargo, el mayor problema es que la gestión del arte contemporáneo en nuestro país se ha convertido en un gigantesco cambalache. Hablar de caciquismo y nepotismo es poco. Comisarios comiendo y dando de comer de/a las más diversas manos, montando exposiciones como churros hasta conseguir que sus cuatro amigos salgan hasta en la sopa, artistas con más participaciones en saraos que obras producidas, plazas y subvenciones a dedo, adquisiciones de obra guiadas por intereses o favores personales...

No se me ocurre un ejemplo mejor de la esquizofrenia del sector que algunas ferias de arte. En Galicia hemos sufrido un caso esperpéntico que ha funcionado en -al menos- una ocasión de la siguiente manera: una administración local, la administración autonómica y varias fundaciones (todo dinero público, entiéndase) pagan a una empresa privada para organizar una feria; como no hay mercado para la misma ni, en consecuencia, interés por tomar parte en ella, dichas entidades ofrecen, adicionalmente, una ayuda sustancial a las galerías gallegas que acepten participar; ¿quién lleva a cabo, una vez inaugurado el evento y ante la ausencia casi total de coleccionistas privados, el grueso de las compras? Las mismas administraciones públicas y fundaciones que han pagado el evento. Ya me dirán si tiene sentido montar todo este jaleo por cuatro noticias y dos fotos en la prensa local... Habría sido más sencillo -y económico, aunque hubiese que pagar mariscadas en concepto de dietas- mandar a alguien de compras por Coruña, Vigo y Compostela. 

De esto nadie habla, claro, porque el silencio evita problemas -como en política-. Paradójicamente, el único desmantelamiento que podemos observar afecta a este tipo de verbenas: donde antes había X y comían treinta ahora hay X/5 y comen seis. De ahí viene la letanía plañidera, no del arrepentimiento por los pecados cometidos ni de un súbito interés por el bien común.

5. Démosle la vuelta a la tortilla. Que el grifo se haya cerrado ha permitido que se conceda un protagonismo inusual a proyectos como los que Calvo cita: FAC Peregrina, El Halcón Milenario, Baleiro. También que aumente la presencia en los templos del arte de artistas gallegos que hasta ahora desempeñaban un papel secundario. "Sí, pero no cobran". ¿Y quién cobraba antes? Al margen de los cuatro amigos de siempre, prácticamente nadie. Lo que no parece lógico es que los marginales -en el sentido literal del término, los que habitan las fronteras institucionales- esperen, en lugar de una transformación estructural, la oportunidad de entrar en un círculo privilegiado para beneficiarse del juego de intereses y de la asimetría distributiva de los que hablamos. Esto sólo puede conducir a perpetuar la precariedad.

Que nadie se confunda, nada más lejos de mi intención que defender el engañoso discurso de "la crisis como oportunidad". Sólo quiero hacer hincapié en lo mal, lo espantosamente mal, que estábamos antes. Que no estemos peor sólo puede indicar que necesitamos replantearlo todo, elaborar y asumir un código (real) de buenas prácticas y debatir colectivamente sobre cuál debe ser el papel de las instituciones culturales y cuáles son los medios y modos en que deben desempeñarlo. Si la esperanza es que vuelva a fluir el dinero para gestionarlo con la arbitrariedad con que llevamos décadas gestionándolo, mal asunto.

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