domingo, 2 de enero de 2011

La necesidad de defender las humanidades

El pasado mes de octubre comenté un artículo de Stanley Fish titulado The Crisis of the Humanities Officially Arrives, una acertada crítica de la progresiva marginación de las humanidades en la educación superior que, a mi juicio, dejaba en el tintero algunas cuestiones fundamentales. Cuestiones como las que, recientemente, Terry Eagleton ha abordado de forma realmente incisiva, a partir de una pregunta oportunamente malintencionada: ¿Están a punto de desaparecer las humanidades de nuestras universidades?

Se trata de un texto muy breve, pero basta para expresar sin ambages las verdaderas razones por las que las humanidades deberían disponer de una mejor consideración en el ámbito académico. Eagleton abandona los tópicos, ñoñerías y complejos que con frecuencia monopolizan la defensa de la cultura para centrarse en dos aspectos fundamentales: por una parte, afirma que las humanidades no deben ser consideradas una disciplina aislada, sino más bien el sustrato común de toda ciencia o estudio; por otra, recalca que lo que las define es, en las antípodas de la rentabilidad económica, su naturaleza crítica.
Las humanidades deberían constituir el núcleo de cualquier universidad digna de ese nombre. El estudio de la historia y la filosofía, acompañado de cierto conocimiento del arte y la literatura, debería contar tanto para abogados e ingenieros como para quienes estudian en facultades de artes. Si las humanidades no se encuentran tan gravemente amenazadas en los Estados Unidos es, entre otras cosas, porque se contemplan como parte integral de la educación superior como tal. [...] De lo que hemos sido testigos en nuestro tiempo es de la muerte de las universidades como centros de crítica. Desde Margaret Thatcher, el papel de mundo académico ha consistido en servir al status quo, no en desafiarlo en nombre de la justicia, la tradición, la imaginación, el bienestar humano, el libre juego de la mente o las visiones alternativas de futuro [...] una reflexión crítica sobre los valores y principios debería ser central para cualquier cosa que acontezca en las universidades, y no sólo el estudio de Rembrandt o Rimbaud.
Asumidas estas dos nociones, es necesario añadir una tercera: su carácter interrogativo, su indisimulada preferencia por preguntar en lugar de responder. Cualidad ésta que Daniel Innerarity pone de manifiesto en su Elogio de la inexactitud:
La perspectiva de la creatividad nos enseña que son más importantes los problemas que las soluciones, del mismo modo que las preguntas requieren generlamente más inteligencia que las respuestas. Con frecuencia reducimos la creatividad a la solución de problemas reconocidos, pero la creatividad más necesaria es aquella que identifica problemas hasta ahora desconocidos. [...] Por eso la creatividad implica siempre un cierto sabotaje contra la división del trabajo establecida, contra la parcelación del saber y la especialización, contra la exactitud de las soluciones habituales; supone una revisión de las competencias y de las expectativas, una fuerte disposición a aprender fuera del saber y las prácticas establecidas. Y para eso son indispensables las ciencias humanas y sociales, las grandes olvidadas en medio de un furor tecnológico que nos hace analfabetos en todo lo que se refiere a la interpretación y el sentido de las cosas importantes de nuestra vida, personal o colectiva.
Por sí solo, este rasgo basta para explicar por qué las humanidades no deben ser comprendidas como un conjunto de conocimientos y estudios específicos, sino, más bien, como una actitud, una forma de abordar e intervenir la realidad desde una perspectiva crítica, apostando por el juicio cualitativo en detrimento del cuantitativo. Su cometido es socavar la dictadura de la razón instrumental, el ridículo que surge inevitablemente cuando los medios se ponen al servicio de la nada. Una función incómoda en un sistema que traduce personas en cifras y vidas en índices.

Desterrar las humanidades supone consagrar una retórica repleta de conceptos que parecen condenar al olvido el factor humano: productor, consumidor, target, modelo de negocio, industria cultural... No es de extrañar que algunos pretendan subsumir la creación cultural en la industria del entretenimiento con objeto de cuantificarla en términos económicos.

Las humanidades implican reflexionar sobre el sentido de las diversas aplicaciones del conocimiento y la técnica, anteponer la orientación a la ejecución y la proyección a partir de lo ya ocurrido a la fe en la improbabilidad de lo hipotético. Su ámbito de actuación no es el cómo, sino el qué; su formulación, la duda; su praxis, un ejercicio de autocrítica netamente político.

Me viene a la memoria una afirmación de Heidegger que sigue plenamente vigente: ninguna época ha sabido tantas y tan diversas cosas del hombre como la nuestra. Pero en verdad, nunca se ha sabido menos qué es el hombre. Esta pregunta, ¿qué es el hombre?, no puede ser formulada plenamente desde lo que se ha dado en llamar ciencias exactas; pero reviste un carácter fundacional en la historia del pensamiento que dejo a la inagotable lucidez de Foucault (minuto 7):



Hay razones de peso para considerar la defensa de las humanidades una necesidad y, en cierto modo, una auténtica obligación moral.

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