viernes, 10 de diciembre de 2010

Redefiniendo la explotación, el ocio y el consumo en el escenario digital

From Mobile Playgrounds to Sweatshop City es la séptima de las publicaciones correspondientes al ciclo Situated Technologies, un proyecto del Center for Virtual Architecture, el Institute for Distributed Creativity (iDC), y la Architectural League of New York. Los autores de esta entrega, Trebor Scholz y Laura Y. Liu, abordan una serie de cuestiones relacionadas con los profundos cambios socioeconómicos derivados de la revolución tecnológica de las últimas décadas.

El punto de partida es una pregunta envenenada: ¿cómo afecta a nuestra comprensión de la explotación el hecho de que el trabajo y el juego se entremezclen? En el escenario digital, muchas de las actividades que consideramos mero entretenimiento generan un valor económico ampliamente rentabilizado por empresas que nos brindan servicios teóricamente gratuitos. Pensemos en redes sociales, buscadores, juegos o servicios de blogging y en cómo los pagamos facilitando nuestra información personal, consumiendo publicidad, arrojando datos sobre nuestras aficiones y costumbres o incluso produciendo contenidos por los que no recibimos remuneración alguna... Todo ello sin que la mayoría de usuarios de estos servicios sea consciente de estar colaborando con un lucrativo negocio.

Puede parecer que hablamos de un modelo de colaboración pasiva, pero cada vez más compañías son capaces de convencer a un ingente número de personas para colaborar de manera voluntaria en sus proyectos (hablamos de externalización masiva o crowdsourcing), sin que exista compensación económica alguna o a cambio de una retribución verdaderamente miserable. Es el caso de Mechanical Turk, una plataforma creada por Amazon en 2005 que permite gestionar la "utilización" de voluntarios online para llevar a cabo tareas mecánicas que un ordenador no podría ejecutar, tales como identificar los objetos que aparecen en una fotografía o escribir descripciones breves de productos. Aquellos que deciden participar en este programa perciben cuantías ridículas por su trabajo (un par de céntimos por fotografía procesada, algunos dólares por traducciones de textos o vídeos...)

La pregunta es: ¿podemos hablar de explotación? Muchos lo niegan argumentando que en la realización de este tipo de trabajos prima un componente lúdico, pero hay muchas razones para pensar que no es así. Escoger la palabra adecuada para describir estas prácticas no es una cuestión menor (pensemos en cómo han conseguido que pensemos en "inteligencia colectiva" cuando nos hablan de "servilismo masivo"); Scholz apuesta por "micro-explotación" o "expropiación", mientras Liu defiende con rotundidad el término explotación. Lo que resulta obvio es que ciertas compañías evitan lidiar con la legislación laboral al tiempo que reducen costes y aligeran plantillas cuando abogan por soluciones como ésta. Además, con frecuencia lo peor no es la intención de la empresa en cuestión sino el fanatismo de los usuarios: es incomprensible que una empresa como Facebook se beneficie de la colaboración altruista miles de usuarios de todo el mundo para llevar a cabo tareas como la traducción de su web... Parece que el mercado ha conseguido domesticar y subvertir la filosofía open source.

Paralelamente, podemos hablar de una segunda vertiente de este tipo de expropiación / explotación: la facilidad con que nuestra privacidad es vulnerada por las grandes multinacionales y el Estado. Facilitamos continuamente información personal de manera voluntaria o involuntaria, y cada día surgen más formas de detectar y procesar esta información con arreglo a fines que desconocemos. Aunque Wikileaks haya demostrado la capacidad de la red para hacer visible la trastienda del poder, no debemos olvidar que explora un camino de ida y vuelta: es imposible negar el enorme interés depositado por muchos gobiernos en los mecanismos y herramientas de vigilancia de la ciudadanía; seguimos expuestos a un paulatino aumento de los dispositivos de control por parte del mercado y el Estado. 

En este contexto, la acción política se antoja imprescindible para solicitar una mayor capacidad de decisión sobre el modo en que ha de ser recogida y gestionada nuestra propia información... Pero ésta no termina de concretarse y asistimos, desde la pasividad, al progresivo expolio de nuestras libertades y derechos. Puede que, como Sholz afirma, confiemos ingenuamente en el boicot comercial como forma de protesta, ignorando que refrenda el hecho de que estamos siendo desposeídos de nuestra condición de ciudadanos en favor de la de consumidores. Su modo de referirse a estas rimbombantes e inocuas acciones de pseudo-resistencia es elocuente: Espectáculos de Democracia en Internet, una suerte de procesos de "negociación" en los que los usuarios "exigen" ciertos cambios, parcialmente satisfechos por empresas que, sin embargo, terminan por encontrar la forma de imponer sus condiciones o satisfacer sus intereses a medio plazo.

Extraigo algunos fragmentos del texto que dan pie a reflexionar:

    - The corporate Social Web molds us in its image. We are being worked on, sculpted over time. We are becoming the brand. We are not just on the Social Web but we are becoming it. 
    - The act of consuming media represents a form of unwaged labor that audiences performed on behalf of advertisers. 
    - One difference to traditional forms of labor is that we are now exposed to real-time, always-on data collection and analysis. We are all real-timers now. We are feeding our data to commercial enterprises and the government. [...] Fusion Centers were first established in the fall of 2001 to fight terrorism and detect the activities of foreign spies. But in reality, these Fusion Centers uncomfortably match private and public interests. [...] Since 2004, the US government started over two hundred data mining programs, more than thirty-five of which are capable of linking the harvested data to specific individuals. 
    - The double edge between usefulness and violation that you talk about invokes the now familiar post-9/11 policy trade-off: have public safety or have your civil liberties, but do not expect both. And yet, for many poor, working class, immigrant communities of color, there was never a trade to make. 
    - In 1998, Microsoft had to face anti-trust charges when it bundled its Internet Explorer browser without extra charge with every copy of its Windows operating system, which had a 90% market share at the time. Today, Facebook can force opt-in defaults on its 500 million users and get away with it. 
    - It is important to first dispel the myth of the digital native: people born after 1980, generations that grew up enmeshed in digital technologies. Their familiarity doesn’t mean that they are fluent when it comes to the ways that their privacy is invaded or economic value is extracted from them.
    - These Spectacles of Internet Democracy could also be interpreted as nothing but a constant built-in product feedback loop. One thing is clear; this has nothing to do with deep-rooted social change.

Existe un fértil ámbito de acción en torno a estas cuestiones en la intersección de arte y ciencia, donde se fraguan propuestas que tienden cada vez más a adoptar una naturaleza política (en sentido estricto, lejos de pantomimas partitocráticas). Esto es algo que parece inevitable en un mundo estéticamente hipertrofiado, en el que las nuevas estructuras y procesos creativos emergen como la antítesis de la banalidad imperante a nivel mercantil e institucional.

Concluyo con el vídeo de presentación de Zapped!, un proyecto de Preemptive Media sobre la implementación masiva de la tecnología RFID.


No hay comentarios:

Publicar un comentario