martes, 7 de diciembre de 2010

El museo y la divulgación de sus contenidos

Gracias a @mediamusea, me encontré ayer con un interesante artículo de Philip Yenawine sobre el enfoque de los textos y folletos de las exposiciones museísticas.

Quienes visitamos con asiduidad algún museo sabemos que existe una tendencia casi enfermiza a obsequiar a los visitantes con ensayos largos, densos y crípticos, que pueden desanimar con facilidad a aquellos que no están familiarizados con su terminología y referencias. Esta inclinación contrasta con los resultados de un estudio realizado por el MoMA hace más de dos décadas, que concluyó lo siguiente acerca del perfil de la mayoría de sus visitantes:

- Tienen una definición muy limitada del arte, tan limitada que de hecho es insuficiente para acotar el arte moderno. 
- No hablan el lenguaje de la crítica o de la historia del arte. Admiten que su comprensión del léxico especializado es mínima. Cuando se les pide que hablen sobre arte suelen confundir los términos estilísticos, y emplean un reducido vocabulario técnico o analítico.
- Sólo reconocen las obras de artistas eminentes, e incluso en ese caso tienen más facilidad para citar al autor de una obra si se les da una lista de nombres (de Picasso y Matisse a Albers y Bearden) que si se les pide simplemente que identifiquen algunas obras de varios artistas sin ayuda.
- Les cuesta describir las obras de arte que han contemplado, como quien se lo cuenta al que no haya podido verlas, y apenas saben qué decir cuando se les pide que interpretensu significado.
- Prefieren obras que tengan un tema reconocible y/o que hayan recibido la atención delos medios. La opinión de los críticos y de los eruditos del mundo del arte no garantiza necesariamente el valor de una obra. Van Gogh, por ejemplo, gusta a muchos; Pollock, arelativamente pocos.
- Tienen unas nociones mínimas de los conceptos y premisas que sustentan el arte moderno.
- Su conocimiento consciente del modo en que el arte se presenta es igualmente escaso. Apenas aprecian, por ejemplo, que las exposiciones e instalaciones se organizan con arreglo a criterios cronológicos, estilísticos o de medios. Su capacidad para identificar temas o reconocer su función como categorías de organización es casi nula.

Yenawine relaciona esta investigación con otra, llevada a cabo por la psicóloga Abigail Housen, que describe cinco estadios de conocimiento en materia artística, correspondientes a cinco tipos de observadores: informador, constructivo, clasificador, interpretativo y recreador. Dejando al margen la definición de cada uno de ellos, sirva saber que la amplia mayoría de visitantes de un museo se encuadran en los dos primeros grupos, caracterizados por Housen como observadores que juzgan las obras que ven únicamente por su gusto personal y por los recuerdos que puedan asociar con ellas (estadio I) o por la dificultad técnica que entrañe su proceso de producción, dando mayor valor a las representaciones más realistas (estadio II).

Ha pasado más de una década desde la publicación del artículo, pero la contradicción que pone de manifiesto continúa plenamente vigente: ofrecemos textos "explicativos" técnicos y complejos para un público sin conocimientos en la materia; historiadores, críticos y comisarios escribimos para nuestros homólogos de otras instituciones, anteponiendo nuestra jerga y nuestra conocida propensión a la retórica vacua a cualquier finalidad divulgativa.

Lo más curioso es que, después de alimentar un círculo endogámico que genera aversión entre buena parte de las personas ajenas al ámbito artístico, nos gusta echarnos las manos a la cabeza en los congresos y preguntarnos qué falla y por qué el arte contemporáneo no "conecta" con la gente... Pues tal vez porque nos empeñamos en que no conecte.

Yenawine da algunas pautas para corregir este "vicio" y plantear textos más "amables": el público es inteligente y está bien formado, pero carece de determinados conocimientos específicos, basta con no dar por sentados ciertos conceptos y con tratar de anticiparse a la pregunta más común en nuestro peculiar contexto: ¿por qué es esto arte?

Claro que esta vía abre la puerta a nuevas e importantes consideraciones. En primer lugar, si tomamos como referencia el perfil del visitante medio del museo es posible que provoquemos el desinterés del público más formado en materia artística y que, en nuestro afán por simplificar, banalicemos el contenido y perdamos la perspectiva crítica; en segundo lugar, el mero hecho de efectuar esta clase de planteamientos responde a una caduca concepción de la institución museística como medio de adoctrinamiento.

Creo que sería más interesante plantear esta misma cuestión desde una perspectiva mucho más amplia. Todos sabemos que se trata de un problema de base. El sistema educativo margina las humanidades en general y el desarrollo de la sensibilidad estética en particular: el conocimiento que no resulta del rigor de la ciencia, la dictadura de los (supuestos) hechos y la lógica racional es marginado; todo aquello (aparentemente) improductivo en términos económicos se desecha.

Ahora bien, no podemos descargar toda la responsabilidad en factores externos: el museo pide a gritos ser reformulado. No es un problema de aspecto o presentación: necesita una renovación estructural. Puede y debe ser más abierto y participativo, recuperar su condición de espacio público -en el sentido más literal del término- y servir como plataforma de generación de contenidos y debate. Hay que abandonar la visión hierática de la práctica artística, la concepción de una historia unívoca escrita en piedra y la pomposa sacralidad que caracteriza a las muestras convencionales.

El museo no puede seguir siendo un mausoleo. Sólo si se configura como un espacio de diálogo y enfrentamiento puede dar cabida a los diferentes tipos de visitantes e interpretaciones. Para lograrlo debe recuperar el factor humano, y creo que esto pasa, entre otras cosas, por conseguir que nuestro compañero más fiel en las visitas a las exposiciones deje de ser el vigilante de seguridad, imagen de la ortodoxia y el rigor institucionales. Proteger la integridad de las obras está bien, pero no a costa de momificarlas. Mantenerlas con vida requiere estimular el debate en torno a ellas, y esta es una función todavía marginal, muy diferente de la que ofrecen las estandarizadas visitas grupales de los fines de semana. Necesitamos humanizar al comisario, invitarle a abandonar la trinchera teórica para conversar a pie de sala con el visitante, para buscar, seducir, provocar y enfrentar la opinión ajena.

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