sábado, 27 de noviembre de 2010

Arte sin artistas

Hace algunas semanas, Anton Vidokle publicó un artículo en E-flux acerca de la creciente importancia de la práctica curatorial en el ámbito artístico y de cómo la figura del comisario estaba llegando a eclipsar a la del propio artista.

El punto de partida del texto es acertado: el comisario está asumiendo un protagonismo exacerbado en el contexto del arte contemporáneo, convirtiéndose en una figura mediática que, a menudo, deja de trabajar para dar visibilidad a los artistas y pasa a valerse de ellos como meras piezas de su "obra". Un contrasentido, como el propio Vidokle explica mediante la siguiente fórmula:
"mientras que los artistas pueden producir arte sin necesidad de comisarios, si no se produce arte, los comisarios -al menos los de arte contemporáneo- se quedan sin trabajo".
Hasta aquí, un análisis correcto, que no obstante se vuelve ciertamente cuestionable cuando presenta al artista como víctima de un sistema productivo en el que el curador actúa como instancia represora, poniendo trabas a la libertad creativa y malinterpretando las obras que gestiona. Vidokle critica -no sin razón, es cierto- el papel del comisario y la institución, convertidos en "agentes privados guiados fundamentalmente por el interés"... Sin embargo, y por paradójico que parezca, exime al artista de toda responsabilidad en este asunto, aludiendo a su necesidad de granjearse el favor de estos agentes pese a omitir la causa de esta necesidad: entrar en el circuito comercial.

Precisamente aquí radica el problema: la constante apelación de Vidokle a la "libertad del arte" y a la "soberanía del artista" presupone que existe una forma inmaculada de creación artística, ajena a todo tipo de interés político/económico. Pero es evidente que el artista transige, que se pliega ante el sistema y ante la voluntad del comisario porque quiere estar avalado por la misma institución que con frecuencia critica. No se trata, simplemente, de dinero (ni siquiera es el factor fundamental, admitamos que la gran mayoría de artistas no vive de esto) sino más bien de reconocimiento. El artista aspira a inscribirse de manera legítima en el sistema, a participar de la formulación más clásica -y caduca- de exposición.
"Las exposiciones en sí mismas se han convertido en el contexto singular en el que el arte puede ser visto como arte [...] por eso son muchos los que ahora piensan que es la inclusión en una exposición lo que genera arte, en lugar de los propios artistas." 
Vidokle efectúa un buen diagnóstico, pero a mi juicio yerra en el remedio. Si el artista no está conforme con esta concepción de la práctica estética -tan mercantil, por otra parte- basta con que apueste por cambiar de plataforma de difusión (y no, no me refiero a uno de esos autoparódicos espacios alternativos): nunca antes en la historia habían podido prescindir los creadores tan libremente como ahora de los intermediarios. Me atrevería a decir que, en el presente contexto, el principal cometido del artista debería ser, parafraseando a Brea, producir dispositivos de distribución pública del conocimiento artístico.

La institución ha sabido integrarse plenamente en el ámbito de la industria cultural, asimilando -desactivando- la critica a sus estructuras, procesos y mecanismos en su propio seno. En este sentido, la importancia del comisario es fundamental ya que, entre otras cosas, es el encargado de localizar propuestas ajenas al ámbito institucional para "invitar" a sus autores a participar en él, esto es, de devolver al redil del mercado, la academia y la burocracia a aquellos que operan en sus márgenes e intersticios.

Habida cuenta de lo anterior, creo que es evidente que el artista debe optar por una vía de confrontación, en forma de producción de espacios liberados de la presión y el control institucionales. No se trata de un medio o complemento, como Vidokle apunta, sino de un fin en sí mismo. Intentar insertar esta crítica en el sistema, respetando sus pautas, sin sabotearlo, es, desde esta perspectiva, trabajar en vano.

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