sábado, 16 de octubre de 2010

Inventar, copiar, reproducir, jugar

La semana pasada, Lawrence Lessig intervino en una de las mesas redondas del Vimeo Festival + Awards. Allí, tuvo a bien hablar del derecho de fair use, es decir, de la posibilidad de emplear parcialmente contenidos protegidos por copyright, sin necesidad de autorización expresa su correspondiente autor, de acuerdo con propósitos informativos, académicos, de investigación...

A grandes rasgos, y como cualquiera en su sano juicio comprende, este "uso razonable" puede ser determinado en razón del puro sentido común (de lo contrario pasaríamos más tiempo pidiendo permisos para escribir que escribiendo). Pero como el sentido común es el menos común de los sentidos,  una frase sacada de contexto se tradujo en un aluvión de críticas a Lessig, acusado de apelar a la "infracción masiva" en materia de derechos de autor.

El tema trascendió hasta el punto de que el propio Lessig publicó un artículo explicando en detalle lo ocurrido. Pero, desde mi punto de vista, sus elocuentes aclaraciones eran innecesarias, teniendo en cuenta que sólo una mente retorcida podría concebir un alegato criminal en la frase que motivó la polémica: "tienes derecho a cogerlo [el material protegido] y usarlo".

Pese a todo, la cosa trajo cola. Tal vez porque el mito del artista como genio creador está demasiado arraigado; parece que reproduciendo parte de una obra profanamos un territorio sagrado, el espacio en que el autor ha plasmado la singularidad de su pensamiento. Sin embargo, es difícil pensar en una actividad humana en la que la deuda con la tradición sea tan evidente e incuestionable. "El arte es un juego entre los hombres de todas las épocas", decía Duchamp. ¿Y no es lógico, entonces, que el juego prevalezca sobre los jugadores, referencias transitorias en un fluir permanente? No se trata tanto de subvertir la célebre idea de Gombrich ("no hay arte, sino artistas") como de entender que todos los creadores necesitan del acervo que este inmemorial juego les lega. Crean, sí, pero no ex nihilo... Recordemos que "inventar" procede del verbo latino invenio, es decir, encontrar.

Puede que lo que cause desconcierto sean las profundas transformaciones de los medios y formatos. Lo que antes era inspiración es ahora una reproducción perfecta; en la era digital el mero hecho de reproducir implica copiar; las secuencias de bytes no saben nada de "originales" y "réplicas".

Esto es un hecho, y es irreversible, aunque, lejos de ser algo negativo, debe ser el punto de partida de una cultura que renuncie a la copia como actividad subrepticia y explote su fecundidad desde la transparencia. Los autores deben ser reconocidos, pero ni sus ideas deben ser encarceladas ni las nuevas formas de expresión reprimidas. Los artistas siempre han trabajado reelaborando material preexistente, sólo que ahora las reglas del juego han cambiado, y en esto Bourriaud, con quien no siempre coincido, tiene razón.

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