viernes, 24 de diciembre de 2010

De la Ley Sinde a la Redada2: qué es proteger la cultura y qué no

El pasado miércoles 22 tuvo lugar la segunda #redada, una convocatoria pública y abierta, inicialmente pensada para defender la neutralidad de la red y rápidamente ampliada como foro en el que abordar temas como Wikileaks, la situación de los medios de comunicación o la celebérrima ley Sinde, uno de los temas más y mejor tratados en el debate por motivos obvios.

Se ha escrito y dicho mucho en relación con este asunto. Algunas cosas muy buenas, otras realmente infames, aunque el denominador común ha sido un tratamiendo (des)informativo que ha abogado por simplificar y polarizar el debate en torno a una dicotomía arbitraria y ficticia: internautas/piratas vs. creadores.

No es mi intención entrar en cuestiones legales, primero por mi falta de formación en la materia y segundo porque otros se han ocupado de hablar con propiedad al respecto. Lo que me preocupa es la insistencia de los grandes medios de comunicación en fomentar la prostitución del término cultura y en reducir la creación artística a la producción industrial audiovisual e impresa.

Existe un problema de base, y es que la palabra cultura designa conceptos muy diferentes. Albano Cruz ha hecho una aproximación a esta idea partiendo de Raymond Williams, aunque hay muchas y diversas perspectivas. En un sentido genérico, todo lo que producimos es cultura, es decir, aquello que cada sociedad genera a nivel material e inmaterial y que, por tanto, la define y estructura. Sin embargo, es obvio que el debate sobre la necesidad de proteger la cultura debería referirse a algo más específico, tal vez a lo que Chiu Longina define como producción cultural significante, y que engloba tanto lo que tradicionalmente se conoce como producción artística como toda aquella actividad intelectual que, cada vez más, produce sentido, interviene de manera crítica la realidad inmediata y genera procesos de "intelección colectiva" del mundo. Es decir, ese gran proceso de reflexión sobre la actividad humana y su producción estética (sigo dando vueltas en círculo alrededor de una frase inapelable de Duchamp: "el arte es un juego entre los hombres de todas las épocas").

Desde esta perspectiva, que representantes de la industria cultural -esto es, industria del entretenimiento- se pronuncien en representación del arte y la cultura es, sencillamente, un insulto a nuestra inteligencia. Y esto no tiene nada que ver con la manida dicotomía entre cultura de masas y cultura de elite; muy al contrario, no puedo concebir nada más restrictivo, privativo y elitista que pretender circunscribir toda la producción cultural a un determinado sector industrial, con capacidad para decidir qué artistas/obras legitima y cuáles no. Si el criterio que dictamina la condición de artista de un individuo o colectivo es su capacidad para participar en un engranaje comercial, estamos perdidos.

A este insidioso punto de partida cabe añadir otro presupuesto erróneo: la industria habla de un atentado contra la creación identificando determinados productos (pseudo)culturales con cultura. Es la música la que es cultura, no un determinado CD o canción que, descontextualizado, no dice absolutamente nada (a veces, ni siquiera contextualizado dice algo bueno...). Son las herramientas y procesos de creación en todos los ámbitos las que nos remiten a la cultura, no su interesada instrumentalización con arreglo al lucro económico. En otras palabras: algo terriblemente perjudicial para un productor cinematográfico puede ser increíblemente beneficioso para el desarrollo del cine como forma artística/cultural.

Me quedo con una elocuente respuesta de Javier de la Cueva a uno de los lectores con los que habló ayer en Público:

Marcos: Hola. Soy productor. Los DVDs de mis pelis estan en todas partes a 6 euros, no vendo uno. En la mula hay siempre 50 bajando la menos popular. Series Yonquis las ofrece con anuncios. ¿Que solucion propones para que pueda seguir produciendo?
 
Javier de la Cueva: Hola, Marcos. ¿Y por qué tienes que seguir produciendo? El desarrollo de la tecnología ha destrozado muchos negocios, entre otros el tuyo, lo que es una desgracia porque se lleva por delante vidas personales. Detrás de las empresas no hay sólo empresarios desalmados que no respetan los derechos humanos sino también empresarios honrados y terceros inocentes. No tener esto en cuenta es algo que se está dando en ambas partes de la contienda. Lamento tu situación.
Ahora bien, lo que no es de recibo es la actividad del Gobierno que no impulsa lo que debiera hacer, que es la reconversión industrial. En lugar de empeñarse en mantener una industria que consume subvenciones, debería establecer unas pautas temporales de modificación de los negocios, identificación de los perjudicados y ayudas públicas para la reconversión. Es más fácil criminalizar a la sociedad y olvidar que los mismos que venden las herramientas para la piratería son los que luego se quejan de ser pirateados (Sony, entre otras).
Cuanto más tarde inicie el Gobierno la reconversión industrial, peor para todos, porque lo que se está haciendo es impedir el desarrollo tecnológico. Google jamás podría haber nacido en este país.

Efectivamente, el seísmo tecnológico de las últimas décadas ha reconfigurado el escenario socioeconómico de una manera radical. Se trata de cambios irreversibles que aniquilarán todas aquellas iniciativas empresariales que no sepan adaptarse a las nuevas reglas del juego. Nada nuevo bajo el sol, nada por lo que alarmarse. Algunos ya se han dado cuenta; pero otros no quieren entenderlo.

Es necesario proteger la cultura, pero eso no tiene absolutamente nada que ver con la actividad desarrollada por las llamadas empresas culturales. Para que nos entendamos: que Alejandro Sanz lance un nuevo disco, que lo venda o lo deje de vender, no tiene ni el más mínimo efecto sobre ese "rico acervo cultural" del que, según Teddy Bautista (cuya aportación a la cultura es de sobra conocida por todos), nos veremos privados en caso de no promulgar leyes como la que nos ocupa, defendida por algunos "creadores" porque "no había otra mejor" (espero que los legisladores no decidan regirse por este criterio a menudo).

En relación con este cúmulo de despropósitos, algunos ya han rebatido las falacias repetidas por los "creadores" con argumentos y con datos, demostrando que ni siquiera su negocio se ha resentido en la medida que afirman.

En cuanto a los que nos preocupamos más por la cultura que por el negocio, ¿qué es lo que debemos defender? ¿en qué dirección debemos trabajar? Es importante reiterar la necesidad de incidir en la transformación de los mecanismos de producción y distribución, abandonando una dependencia caduca de la concreción particular de las Obras, cualesquiera que éstas sean, cada vez más diluidas, cambiantes e inestables en un contexto digital que las desmaterializa; hay que privilegiar los flujos de ideas por encima de su materialización, ahondando en esa transición enfatizada por Brea desde una Cultura ROM, de almacenamiento/archivo, hacia una dinámica Cultura RAM, de reproducción, transformación y distribución en tiempo real del pensamiento y las expresiones estéticas, en permanente cambio.

Lejos de la pompa de las celebrities, lo que es un logro cultural de primera magnitud es que, este pasado miércoles, al llegar a casa, yo y muchos otros hayamos podido ver a un grupo de personas bien documentadas debatiendo públicamente cuestiones sociales de gran trascendencia con argumentaciones y discursos bien construidos. Cuestiones a menudo marginadas o banalizadas en los grandes medios, cuyos programas de análisis político acostumbran a degenerar en tertulias de barra de bar (sin ir más lejos, cuando apagué el ordenador, La noche en 24h se perdía en divagaciones propias de la prensa rosa a propósito la hipotética retirada de Zapatero: "fulanito es muy amigo suyo y dice que se va", "menganito no se lleva con él y dice que se queda"...)

Defender y apoyar la cultura es dotar a la ciudadanía de herramientas para acceder a la información, ampliar el dominio público, favorecer el debate crítico en torno a las instituciones democráticas, ampliar la oferta de contenidos creativos más allá de las fronteras artificiales impuestas por las grandes corporaciones y establecer cauces adecuados para que las buenas ideas, aquellas que generan riqueza material e inmaterial, puedan ser plenamente desarrolladas. Es curioso que Juan Varela haya dicho más en #redada2 que la mayoría de "agentes culturales" que conozco en el último año (ver aquí, atención a partir del minuto 6).

Me parece que no soy el único que cree que los cambios tecnológicos recientes han desembocado en un escenario tremendamente fértil a nivel cultural, repleto de oportunidades para creadores que, de otra forma, nunca habrían disfrutado de la posibilidad de difundir su trabajo. Es por ello que se hace tan necesario seguir remando en la misma dirección, oponiéndose de manera frontal a los intentos de someter la red al control gubernamental y a la instrumentalización mercantil. Crear y defender las condiciones adecuadas para la libre difusión y acceso al conocimiento es suficiente. No hace falta auspiciar ningún modelo industrial para que sigamos produciendo más cultura que nunca antes en la historia; muy al contrario, si no defendemos contra toda lógica un modelo prehistórico, surgirán sistemas adaptados a una realidad más plural y a público más amplio, informado y exigente.

domingo, 19 de diciembre de 2010

De por qué "industria cultural" es un término ofensivo

Hay un argumento que escucho cada vez con mayor frecuencia en boca de quienes defienden un mayor apoyo económico al sector cultural: la cultura supone un 3% del PIB y cientos de miles de empleos en España. La idea se ha convertido en un cliché que se repite hasta el hastío en galerías de arte, bibliotecas, museos, centros culturales... A mí, sin embargo, me desconcierta.

Por una parte, me pregunto: ¿qué tipo de actividades se contemplan bajo la expresión "empresas culturales"? De entrada, leo:
Los sectores considerados dentro del ámbito cultural son: Patrimonio, Archivos y bibliotecas, Libros y prensa, Artes plásticas, Artes Escénicas y Audiovisual.
La base de datos del Ministerio de Cultura amplía el círculo, que se revela amplísimo: edición, radiodifusión, fabricación de productos electrónicos de consumo, artes gráficas, televisión... ¿Pero no estábamos hablando de cultura? Sí, de cultura, "eso" que la RAE define así:
(Del lat. cultūra).
1. f. cultivo.
2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
4. f. ant. Culto religioso.
No hace falta ser un genio para ver que algo no encaja. Me temo que pronto habrá que suprimir alguna acepción en favor de otra que dé cabida a Gran Hermano, Mujeres ricas, los folletos publicitarios o la radiobasura. Me sorprende que me sigan tachando de radical cuando hago hincapié en lo absurdo de la expresión "industria cultural".  ¿Por qué no asumimos que el negocio al que alude tiene mucho de industria y poco de cultura? ¿Por qué no reconocemos una verdad tan evidente e innegable? ¿Por qué no intentamos, al menos, preservar el significado de cada una de esas dos palabras? Tal vez porque es más fácil -y más adecuado para los intereses de algunos- cuantificar la cultura de la manera más burda: hablando de visitantes anuales, de número de BICs, de participantes en eventos con mayor repercusión que contenido, de cifras de producción... Pero el baremo no debe ser la proliferación de espectáculos y circos massmediáticos que encarnen la voluntad del orden establecido, sino el libre acceso al conocimiento, es decir, a la información y a los medios que permiten emplearla para desarrollar el pensamiento crítico, la reflexión, la duda, el debate y la libertad de expresión.

Por eso creo que es un error defender el sector cultural resaltando su importancia en términos económicos, como si su labor consistiese en hacer caja y su rentabilidad se pudiese calcular en euros. No todo lo que la cultura aporta cabe en las tablas estadísticas: sin ella, dejamos de ser personas para convertirnos en meros consumidores. La cultura es la capacidad de ser libres, y eso está tan lejos de la grandilocuencia de sus supuestos templos como de su mercantilización.

Esta es la razón por la que debemos defender y apoyar la cultura, más allá de los indudables beneficios económicos que pueda aportar a medio y largo plazo. Es por ello que se hace tan necesario concretar a qué nos referimos cuando empleamos una palabra tan sumamente tergiversada... Y por lo que la lectura de Adorno me sigue pareciendo, hoy más que nunca, indispensable.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La cuestionable autoridad del museo

Hace algo más de un mes me preguntaba, ingenuo de mí, a qué se debía la incapacidad de sector cultural, en general, y de las Humanidades, en particular, para generar contenidos y participación en red. El pasado fin de semana, leyendo Connectivity, Collectivity and Participation, de Ana Otero, me ha dado de bruces con una dura respuesta.

Pongámonos en antecedentes: el texto en cuestión analiza la reacción del museo ante los medios digitales, las redes distribuidas y la web 2.0, es decir, ante una nueva concepción del espacio público. Tomando como referencia steve, un proyecto museístico de social tagging, Otero aborda cuestiones de gran interés para entender los retos que afrontan las instituciones culturales en la actualidad. Una de ellas es la postura de los profesionales del sector ante los mencionados cambios: ¿qué piensan críticos y comisarios de algunos de los centros más importantes del mundo acerca de la apertura del museo a la participación ciudadana?

Hay opiniones muy diferentes, pero sorprende la abundancia de joyas como las que a continuación traduzco:

"El público es secundario (…) Nuestra responsabilidad principal es para con las obras de arte. Somos responsables de su protección, del conocimiento. Después está el tema de devolverlas al público. El público es el beneficiario último de nuestro principal cometido". Phillipe de Montebello, director del MET.
"El público debería ser lo suficientemente sofisticado como para entender la terminología [...] Es un modo de educar al público y de hacer subir el nivel general de sofisticación de la sociedad a un estadio mayor [...] Internet no me sirve. Lo que me sirve es ir a los museos, ver las obras".  Magdalena Dabrowski, del Departamento de arte del siglo XIX, Moderno y Contemporáneo del MET.
"Creo que es importante ver la obra in situ [...] me gustaría que la gente taggease [las obras] una vez que las hayan visto [en persona]". Emma Fernández, especialista de Educación e Interpretación del Instituto de Arte Contemporáneo de Boston, justificando la decisión de que la herramienta de taggeo solo pueda ser utilizada desde la mediateca del centro y no desde la web del mismo.
"No se trata de llegar a todo el mundo, a todos los niveles de experiencia [...] Nosotros [comisarios] sabemos algo sobre esta obra, ¡y queremos contártelo! Y no nos importa realmente si tú [usuario] ves un gato [que no aparece en la imagen]" Lisa M. Messinger, Comisaria Adjunta del Departamento de arte del siglo XIX, Moderno y Contemporáneo del MET.
"¿El proyecto en el que el público dice lo que ve en la imagen? Creo que es ridículo." [Ana ha omitido el nombre del autor de este comentario].
"No estoy en contra [de Internet]. Es solo que no me interesa, lo que me preocupa es que la gente pasa demasiadas horas delante [del ordenador]" Carmen Giménez. Comisaria de arte del siglo XX del Solomon R. Guggenheim.

Hay que matizar un par de cosas: se trata de afirmaciones recogidas entre los años 2000 y 2007, y varios compañeros de los entrevistados aportan perspectivas totalmente diferentes a las expuestas (de lo contrario sería para cortarse directamente las venas...). Sin embargo, lo peor es que a lo largo de todo el texto se deja entrever un miedo común a muchos profesionales vinculados directa o indirectamente al ámbito museístico: temen que una amplia participación pública socave su autoridad como "especialistas" y la del propio museo como "templo" del saber.

Ante esta idea caben ciertas reflexiones:

1. El museo continúa considerándose a sí mismo garante de la cultura y única voz legítima en materia artística. En esta misma línea, muchos comisarios y artistas creen ser los únicos capaces de reflexionar en torno a la producción estética. ¿Pero en qué basan esta supuesta autoridad? No la defienden desde el discurso o el debate crítico, sino desde la sanción oficial, en virtud de su propia condición de agentes culturales. Volvemos al viejo dogma: "arte es lo que se exhibe en los museos", y su variante, "especialistas en arte son los que trabajan en los museos". La meritocracia y el valor de las argumentaciones quedan en un segundo plano, lo principal es pertenecer a un restringido lobby. Se llama potestas, no auctoritas. No es casual que la mayoría de quienes defienden esta dinámica no hayan aportado absolutamente nada a la teoría del arte: son meros burócratas de la cultura.

2. Existe una fractura evidente entre el museo y el "mundo real". Magdalena Dabrowski quiere que la gente vaya a los museos. Yo le preguntaría: ¿para qué? Viendo el desprecio con que juzga al público "profano", no creo que espere que aprendan algo por el mero contacto con la institución... ¿O sí? En cierto modo, persiste una visión religiosa del hecho artístico, del "encuentro" con la Obra de Arte, a la que algunos atribuyen cualidades universalmente aprehensibles. Parece como si franquear el umbral del museo supusiese entrar en contacto directo con la verdad absoluta del hecho estético y asimilar espontáneamente el saber humano. Absurdo.

3. Es preocupante la confusión en torno al significado de la participación ciudadana y de los procesos de trabajo abiertos. Muchos de los profesionales del museo plantean el concurso del público en términos excesivamente simples, dando por hecho que derivará en una retahíla de incongruencias y preguntándose cómo dejarán claro cuál es su voz en medio de la algarabía. Es lo que ocurre cuando tu autoridad se fundamenta en tu posición, claro.

La gente quiere tener acceso al críptico mundo del arte. Quiere saber en qué consiste la creación artística y por qué esto o aquello tiene cabida entre las cuatro paredes del museo. ¿Es un deseo tan extraño? Hay quien cuestiona la falta de formación del gran público, pero me parece la mejor razón para justificar la apertura de las instituciones culturales, que deberían enfrentar la mercantilización y banalización de la producción estética en lugar de atrincherarse en su endogamia. Su deber es proporcionar herramientas para el análisis crítico y la reflexión, no regodearse en su ensimismamiento.

"Es que la gente no entiende", he escuchado decir en multitud de ocasiones. No, no entiende, y va a seguir sin entender que muchos comisarios crean que la crítica artística es un género literario, que montar una exposición consiste en llamar a cuatro amigos y tomar unas cervezas o que se pueden ensartar tópicos y frases sin sentido con tal de citar a Adorno o a Heidegger entre perla y perla. Este tipo de actitudes son una de las causas del descrédito del museo y de la incomprensión del público. Si tienes un proyecto sólido no veo por qué razón deberías temer opiniones adversas o comentarios formulados desde el desconocimiento; algo sumamente incómodo, sin embargo, cuando ni siquiera tú eres capaz de explicar la muestra que has comisariado. En ese caso, siempre queda la retórica... en el sentido peyorativo de la palabra, claro.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Redefiniendo la explotación, el ocio y el consumo en el escenario digital

From Mobile Playgrounds to Sweatshop City es la séptima de las publicaciones correspondientes al ciclo Situated Technologies, un proyecto del Center for Virtual Architecture, el Institute for Distributed Creativity (iDC), y la Architectural League of New York. Los autores de esta entrega, Trebor Scholz y Laura Y. Liu, abordan una serie de cuestiones relacionadas con los profundos cambios socioeconómicos derivados de la revolución tecnológica de las últimas décadas.

El punto de partida es una pregunta envenenada: ¿cómo afecta a nuestra comprensión de la explotación el hecho de que el trabajo y el juego se entremezclen? En el escenario digital, muchas de las actividades que consideramos mero entretenimiento generan un valor económico ampliamente rentabilizado por empresas que nos brindan servicios teóricamente gratuitos. Pensemos en redes sociales, buscadores, juegos o servicios de blogging y en cómo los pagamos facilitando nuestra información personal, consumiendo publicidad, arrojando datos sobre nuestras aficiones y costumbres o incluso produciendo contenidos por los que no recibimos remuneración alguna... Todo ello sin que la mayoría de usuarios de estos servicios sea consciente de estar colaborando con un lucrativo negocio.

Puede parecer que hablamos de un modelo de colaboración pasiva, pero cada vez más compañías son capaces de convencer a un ingente número de personas para colaborar de manera voluntaria en sus proyectos (hablamos de externalización masiva o crowdsourcing), sin que exista compensación económica alguna o a cambio de una retribución verdaderamente miserable. Es el caso de Mechanical Turk, una plataforma creada por Amazon en 2005 que permite gestionar la "utilización" de voluntarios online para llevar a cabo tareas mecánicas que un ordenador no podría ejecutar, tales como identificar los objetos que aparecen en una fotografía o escribir descripciones breves de productos. Aquellos que deciden participar en este programa perciben cuantías ridículas por su trabajo (un par de céntimos por fotografía procesada, algunos dólares por traducciones de textos o vídeos...)

La pregunta es: ¿podemos hablar de explotación? Muchos lo niegan argumentando que en la realización de este tipo de trabajos prima un componente lúdico, pero hay muchas razones para pensar que no es así. Escoger la palabra adecuada para describir estas prácticas no es una cuestión menor (pensemos en cómo han conseguido que pensemos en "inteligencia colectiva" cuando nos hablan de "servilismo masivo"); Scholz apuesta por "micro-explotación" o "expropiación", mientras Liu defiende con rotundidad el término explotación. Lo que resulta obvio es que ciertas compañías evitan lidiar con la legislación laboral al tiempo que reducen costes y aligeran plantillas cuando abogan por soluciones como ésta. Además, con frecuencia lo peor no es la intención de la empresa en cuestión sino el fanatismo de los usuarios: es incomprensible que una empresa como Facebook se beneficie de la colaboración altruista miles de usuarios de todo el mundo para llevar a cabo tareas como la traducción de su web... Parece que el mercado ha conseguido domesticar y subvertir la filosofía open source.

Paralelamente, podemos hablar de una segunda vertiente de este tipo de expropiación / explotación: la facilidad con que nuestra privacidad es vulnerada por las grandes multinacionales y el Estado. Facilitamos continuamente información personal de manera voluntaria o involuntaria, y cada día surgen más formas de detectar y procesar esta información con arreglo a fines que desconocemos. Aunque Wikileaks haya demostrado la capacidad de la red para hacer visible la trastienda del poder, no debemos olvidar que explora un camino de ida y vuelta: es imposible negar el enorme interés depositado por muchos gobiernos en los mecanismos y herramientas de vigilancia de la ciudadanía; seguimos expuestos a un paulatino aumento de los dispositivos de control por parte del mercado y el Estado. 

En este contexto, la acción política se antoja imprescindible para solicitar una mayor capacidad de decisión sobre el modo en que ha de ser recogida y gestionada nuestra propia información... Pero ésta no termina de concretarse y asistimos, desde la pasividad, al progresivo expolio de nuestras libertades y derechos. Puede que, como Sholz afirma, confiemos ingenuamente en el boicot comercial como forma de protesta, ignorando que refrenda el hecho de que estamos siendo desposeídos de nuestra condición de ciudadanos en favor de la de consumidores. Su modo de referirse a estas rimbombantes e inocuas acciones de pseudo-resistencia es elocuente: Espectáculos de Democracia en Internet, una suerte de procesos de "negociación" en los que los usuarios "exigen" ciertos cambios, parcialmente satisfechos por empresas que, sin embargo, terminan por encontrar la forma de imponer sus condiciones o satisfacer sus intereses a medio plazo.

Extraigo algunos fragmentos del texto que dan pie a reflexionar:

    - The corporate Social Web molds us in its image. We are being worked on, sculpted over time. We are becoming the brand. We are not just on the Social Web but we are becoming it. 
    - The act of consuming media represents a form of unwaged labor that audiences performed on behalf of advertisers. 
    - One difference to traditional forms of labor is that we are now exposed to real-time, always-on data collection and analysis. We are all real-timers now. We are feeding our data to commercial enterprises and the government. [...] Fusion Centers were first established in the fall of 2001 to fight terrorism and detect the activities of foreign spies. But in reality, these Fusion Centers uncomfortably match private and public interests. [...] Since 2004, the US government started over two hundred data mining programs, more than thirty-five of which are capable of linking the harvested data to specific individuals. 
    - The double edge between usefulness and violation that you talk about invokes the now familiar post-9/11 policy trade-off: have public safety or have your civil liberties, but do not expect both. And yet, for many poor, working class, immigrant communities of color, there was never a trade to make. 
    - In 1998, Microsoft had to face anti-trust charges when it bundled its Internet Explorer browser without extra charge with every copy of its Windows operating system, which had a 90% market share at the time. Today, Facebook can force opt-in defaults on its 500 million users and get away with it. 
    - It is important to first dispel the myth of the digital native: people born after 1980, generations that grew up enmeshed in digital technologies. Their familiarity doesn’t mean that they are fluent when it comes to the ways that their privacy is invaded or economic value is extracted from them.
    - These Spectacles of Internet Democracy could also be interpreted as nothing but a constant built-in product feedback loop. One thing is clear; this has nothing to do with deep-rooted social change.

Existe un fértil ámbito de acción en torno a estas cuestiones en la intersección de arte y ciencia, donde se fraguan propuestas que tienden cada vez más a adoptar una naturaleza política (en sentido estricto, lejos de pantomimas partitocráticas). Esto es algo que parece inevitable en un mundo estéticamente hipertrofiado, en el que las nuevas estructuras y procesos creativos emergen como la antítesis de la banalidad imperante a nivel mercantil e institucional.

Concluyo con el vídeo de presentación de Zapped!, un proyecto de Preemptive Media sobre la implementación masiva de la tecnología RFID.


martes, 7 de diciembre de 2010

El museo y la divulgación de sus contenidos

Gracias a @mediamusea, me encontré ayer con un interesante artículo de Philip Yenawine sobre el enfoque de los textos y folletos de las exposiciones museísticas.

Quienes visitamos con asiduidad algún museo sabemos que existe una tendencia casi enfermiza a obsequiar a los visitantes con ensayos largos, densos y crípticos, que pueden desanimar con facilidad a aquellos que no están familiarizados con su terminología y referencias. Esta inclinación contrasta con los resultados de un estudio realizado por el MoMA hace más de dos décadas, que concluyó lo siguiente acerca del perfil de la mayoría de sus visitantes:

- Tienen una definición muy limitada del arte, tan limitada que de hecho es insuficiente para acotar el arte moderno. 
- No hablan el lenguaje de la crítica o de la historia del arte. Admiten que su comprensión del léxico especializado es mínima. Cuando se les pide que hablen sobre arte suelen confundir los términos estilísticos, y emplean un reducido vocabulario técnico o analítico.
- Sólo reconocen las obras de artistas eminentes, e incluso en ese caso tienen más facilidad para citar al autor de una obra si se les da una lista de nombres (de Picasso y Matisse a Albers y Bearden) que si se les pide simplemente que identifiquen algunas obras de varios artistas sin ayuda.
- Les cuesta describir las obras de arte que han contemplado, como quien se lo cuenta al que no haya podido verlas, y apenas saben qué decir cuando se les pide que interpretensu significado.
- Prefieren obras que tengan un tema reconocible y/o que hayan recibido la atención delos medios. La opinión de los críticos y de los eruditos del mundo del arte no garantiza necesariamente el valor de una obra. Van Gogh, por ejemplo, gusta a muchos; Pollock, arelativamente pocos.
- Tienen unas nociones mínimas de los conceptos y premisas que sustentan el arte moderno.
- Su conocimiento consciente del modo en que el arte se presenta es igualmente escaso. Apenas aprecian, por ejemplo, que las exposiciones e instalaciones se organizan con arreglo a criterios cronológicos, estilísticos o de medios. Su capacidad para identificar temas o reconocer su función como categorías de organización es casi nula.

Yenawine relaciona esta investigación con otra, llevada a cabo por la psicóloga Abigail Housen, que describe cinco estadios de conocimiento en materia artística, correspondientes a cinco tipos de observadores: informador, constructivo, clasificador, interpretativo y recreador. Dejando al margen la definición de cada uno de ellos, sirva saber que la amplia mayoría de visitantes de un museo se encuadran en los dos primeros grupos, caracterizados por Housen como observadores que juzgan las obras que ven únicamente por su gusto personal y por los recuerdos que puedan asociar con ellas (estadio I) o por la dificultad técnica que entrañe su proceso de producción, dando mayor valor a las representaciones más realistas (estadio II).

Ha pasado más de una década desde la publicación del artículo, pero la contradicción que pone de manifiesto continúa plenamente vigente: ofrecemos textos "explicativos" técnicos y complejos para un público sin conocimientos en la materia; historiadores, críticos y comisarios escribimos para nuestros homólogos de otras instituciones, anteponiendo nuestra jerga y nuestra conocida propensión a la retórica vacua a cualquier finalidad divulgativa.

Lo más curioso es que, después de alimentar un círculo endogámico que genera aversión entre buena parte de las personas ajenas al ámbito artístico, nos gusta echarnos las manos a la cabeza en los congresos y preguntarnos qué falla y por qué el arte contemporáneo no "conecta" con la gente... Pues tal vez porque nos empeñamos en que no conecte.

Yenawine da algunas pautas para corregir este "vicio" y plantear textos más "amables": el público es inteligente y está bien formado, pero carece de determinados conocimientos específicos, basta con no dar por sentados ciertos conceptos y con tratar de anticiparse a la pregunta más común en nuestro peculiar contexto: ¿por qué es esto arte?

Claro que esta vía abre la puerta a nuevas e importantes consideraciones. En primer lugar, si tomamos como referencia el perfil del visitante medio del museo es posible que provoquemos el desinterés del público más formado en materia artística y que, en nuestro afán por simplificar, banalicemos el contenido y perdamos la perspectiva crítica; en segundo lugar, el mero hecho de efectuar esta clase de planteamientos responde a una caduca concepción de la institución museística como medio de adoctrinamiento.

Creo que sería más interesante plantear esta misma cuestión desde una perspectiva mucho más amplia. Todos sabemos que se trata de un problema de base. El sistema educativo margina las humanidades en general y el desarrollo de la sensibilidad estética en particular: el conocimiento que no resulta del rigor de la ciencia, la dictadura de los (supuestos) hechos y la lógica racional es marginado; todo aquello (aparentemente) improductivo en términos económicos se desecha.

Ahora bien, no podemos descargar toda la responsabilidad en factores externos: el museo pide a gritos ser reformulado. No es un problema de aspecto o presentación: necesita una renovación estructural. Puede y debe ser más abierto y participativo, recuperar su condición de espacio público -en el sentido más literal del término- y servir como plataforma de generación de contenidos y debate. Hay que abandonar la visión hierática de la práctica artística, la concepción de una historia unívoca escrita en piedra y la pomposa sacralidad que caracteriza a las muestras convencionales.

El museo no puede seguir siendo un mausoleo. Sólo si se configura como un espacio de diálogo y enfrentamiento puede dar cabida a los diferentes tipos de visitantes e interpretaciones. Para lograrlo debe recuperar el factor humano, y creo que esto pasa, entre otras cosas, por conseguir que nuestro compañero más fiel en las visitas a las exposiciones deje de ser el vigilante de seguridad, imagen de la ortodoxia y el rigor institucionales. Proteger la integridad de las obras está bien, pero no a costa de momificarlas. Mantenerlas con vida requiere estimular el debate en torno a ellas, y esta es una función todavía marginal, muy diferente de la que ofrecen las estandarizadas visitas grupales de los fines de semana. Necesitamos humanizar al comisario, invitarle a abandonar la trinchera teórica para conversar a pie de sala con el visitante, para buscar, seducir, provocar y enfrentar la opinión ajena.

viernes, 3 de diciembre de 2010

A propósito de Wikileaks

Sin demasiadas pretensiones, aquí van algunas reflexiones acerca de lo que ha ocurrido durante los últimos días con el cablegate:

1. Resulta increíble que haya gente que cuestione la publicación de las filtraciones desde un punto de vista "ético". Estamos hablando de crímenes de guerra, prevaricación, vulneración de los derechos humanos... Lo inmoral sería ocultar y consentir tanta mezquindad.

2. Muchos han querido ver en los logros de Wikileaks la confirmación de la incapacidad de los "medios tradicionales" para publicar algo que no sea propaganda. Creo que es un error de perspectiva. El problema de los medios de comunicación no es su incapacidad, sino su voluntad. O te dedicas a informar o te decantas por hacer caja; por lo general, no es factible conciliar estos dos propósitos cuando hablamos de grandes corporaciones cuyo negocio depende, en cierto modo, de su habilidad a la hora de cobijar al poder político.

3. En relación con lo anterior, surge una pregunta que, en palabras de Javier Moreno, "roza la metafísica": ¿son periodismo las filtraciones de Wikileaks? Lo importante no es entender este proceso en función de una determinada -e interesada- noción del periodismo, sino comprender algo que barruntamos desde hace tiempo: que éste debe adaptarse a un nuevo escenario en el que el tratamiento de la información se descentraliza y permeabiliza. Hablamos de mainstream media y grassroots media como formas de comunicación complementarias, no excluyentes. Puede que los grandes medios sean reacios a sacar a la luz ciertas cuestiones pero, de momento, su poder de amplificación es indudable una vez que éstas se hacen públicas. Wikileaks, funcionando como plataforma, contribuye a fragmentar el proceso informativo; deberíamos aspirar a que la información se produjese y divulgase en redes distribuidas.

4. En cualquier caso, la gestión de los documentos filtrados revela una buena cantidad de viejos vicios massmediáticos. El orden de publicación de los cables es ciertamente cuestionable (a estas alturas, seguimos esperando por los referentes a la Ley Sinde con impaciencia), mientras que el tratamiento sensacionalista y circense de buena parte de los mismos produce vergüenza ajena. Algunas portadas han estado más cerca de Salsa Rosa que de cualquier otra cosa.

5. La ingenuidad que denotan ciertas reacciones ante las noticias reveladas es preocupante. Hay quien se escandaliza al conocer prácticas o conductas insultantemente habituales (¿se supone que deberían sorprendernos el espionaje internacional, la corrupción en las altas esferas del poder o la conexión entre la mafia y el gobierno rusos?) Sin embargo, Pepe Cervera tiene razón cuando afirma que no es lo mismo 'saber' que todos los políticos son corruptos o que todos los gobiernos mienten que tener la prueba fehaciente de ello. Lo preocupante, de nuevo, es el enfoque de los medios, que siguen publicando los diferentes "hallazgos" como si de casos aislados se tratase, cuando lo que ha quedado en evidencia es el funcionamiento del estado de derecho como tal. El que las pruebas de los delitos se estén recibiendo con cierta tranquilidad es un síntoma más de la maltrecha salud de las democracias occidentales y de la pasividad general de sus electores.

6. Parece obvio que esto es solo la punta del iceberg. Para la mayoría de gobiernos sería maravilloso que creyésemos que están siendo desvelados grandes secretos de estado cuando prácticamente no hemos visto nada... Lo importante ahora es luchar por preservar el escenario en que ha sido posible, al menos, abrir una fisura en los complejos mecanismos de control y manipulación de los aparatos gubernamentales. Creo que, en lo que a Wikileaks se refiere, la forma es incluso más importante que el fondo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Manifiesto por una Red Neutral

Redneutral.org ya está en marcha. Se trata de una iniciativa que pretende informar sobre la (amenazada) neutralidad de la red y organizar la acción conjunta de los ciudadanos que deseen implicarse activamente en su defensa.



¿Por qué es tan importante preservar el carácter neutral de Internet? Porque constituye la única forma de concebir la red como un genuino espacio público de comunicación, no supeditado a intereses particulares y garante de la libertad de expresión. Es por ello que se ha redactado el Manifiesto por una Red Neutral, ampliamente publicado a lo largo del día de ayer, y que a continuación reproduzco. Siéntete libre para difundirlo de la manera que consideres oportuna, es fundamental darle la mayor visibilidad posible.

Los ciudadanos y las empresas usuarias de Internet adheridas a este texto manifestamos:
1. Que Internet es una Red Neutral por diseño, desde su creación hasta su actual implementación, en la que la información fluye de manera libre, sin discriminación alguna en función de origen, destino, protocolo o contenido.
2. Que las empresas, emprendedores y usuarios de Internet han podido crear servicios y productos en esa Red Neutral sin necesidad de autorizaciones ni acuerdos previos, dando lugar a una barrera de entrada prácticamente inexistente que ha permitido la explosión creativa, de innovación y de servicios que define el estado de la red actual.
3. Que todos los usuarios, emprendedores y empresas de Internet han podido definir y ofrecer sus servicios en condiciones de igualdad llevando el concepto de la libre competencia hasta extremos nunca antes conocidos.
4. Que Internet es el vehículo de libre expresión, libre información y desarrollo social más importante con el que cuentan ciudadanos y empresas. Su naturaleza no debe ser puesta en riesgo bajo ningún concepto.
5. Que para posibilitar esa Red Neutral las operadoras deben transportar paquetes de datos de manera neutral sin erigirse en “aduaneros” del tráfico y sin favorecer o perjudicar a unos contenidos por encima de otros.
6. Que la gestión del tráfico en situaciones puntuales y excepcionales de saturación de las redes debe acometerse de forma transparente, de acuerdo a criterios homogéneos de interés público y no discriminatorios ni comerciales.
7. Que dicha restricción excepcional del tráfico por parte de las operadoras no puede convertirse en una alternativa sostenida a la inversión en redes
8. Que dicha Red Neutral se ve amenazada por operadoras interesadas en llegar a acuerdos comerciales por los que se privilegie o degrade el contenido según su relación comercial con la operadora.
9. Que algunos operadores del mercado quieren “redefinir” la Red Neutral para manejarla de acuerdo con sus intereses, y esa pretensión debe ser evitada; la definición de las reglas fundamentales del funcionamiento de Internet debe basarse en el interés de quienes la usan, no de quienes la proveen
10. Que la respuesta ante esta amenaza para la red no puede ser la inacción: no hacer nada equivale a permitir que intereses privados puedan de facto llevar a cabo prácticas que afectan a las libertades fundamentales de los ciudadanos y la capacidad de las empresas para competir en igualdad de condiciones.
11. Que es preciso y urgente instar al Gobierno a proteger de manera clara e inequívoca la Red Neutral, con el fin de proteger el valor de Internet de cara al desarrollo de una economía más productiva, moderna, eficiente y libre de injerencias e intromisiones indebidas. Para ello es preciso que cualquier moción que se apruebe vincule de manera indisoluble la definición de Red Neutral en el contenido de la futura ley que se promueve, y no condicione su aplicación a cuestiones que poco tienen que ver con ésta.
La Red Neutral es un concepto claro y definido en el ámbito académico, donde no suscita debate: los ciudadanos y las empresas tienen derecho a que el tráfico de datos recibido o generado no sea manipulado, tergiversado, impedido, desviado, priorizado o retrasado en función del tipo de contenido, del protocolo o aplicación utilizado, del origen o destino de la comunicación ni de cualquier otra consideración ajena a la de su propia voluntad. Ese tráfico se tratará como una comunicación privada y exclusivamente bajo mandato judicial podrá ser espiado, trazado, archivado o analizado en su contenido, como correspondencia privada que es en realidad.
Europa, y España en particular, se encuentran en medio de una crisis económica tan importante que obligará al cambio radical de su modelo productivo, y a un mejor aprovechamiento de la creatividad de sus ciudadanos. La Red Neutral es crucial a la hora de preservar un ecosistema que favorezca la competencia e innovación para la creación de los innumerables productos y servicios que quedan por inventar y descubrir. La capacidad de trabajar en red, de manera colaborativa, y en mercados conectados, afectará a todos los sectores y todas las empresas de nuestro país, lo que convierte a Internet en un factor clave actual y futuro en nuestro desarrollo económico y social, determinando en gran medida el nivel de competitividad del país. De ahí nuestra profunda preocupación por la preservación de la Red Neutral. Por eso instamos con urgencia al Gobierno español a ser proactivo en el contexto europeo y a legislar de manera clara e inequívoca en ese sentido.

Puedes seguir toda la información relacionada con este tema en Twitter, a través del hashtag #redneutral.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Arte sin artistas

Hace algunas semanas, Anton Vidokle publicó un artículo en E-flux acerca de la creciente importancia de la práctica curatorial en el ámbito artístico y de cómo la figura del comisario estaba llegando a eclipsar a la del propio artista.

El punto de partida del texto es acertado: el comisario está asumiendo un protagonismo exacerbado en el contexto del arte contemporáneo, convirtiéndose en una figura mediática que, a menudo, deja de trabajar para dar visibilidad a los artistas y pasa a valerse de ellos como meras piezas de su "obra". Un contrasentido, como el propio Vidokle explica mediante la siguiente fórmula:
"mientras que los artistas pueden producir arte sin necesidad de comisarios, si no se produce arte, los comisarios -al menos los de arte contemporáneo- se quedan sin trabajo".
Hasta aquí, un análisis correcto, que no obstante se vuelve ciertamente cuestionable cuando presenta al artista como víctima de un sistema productivo en el que el curador actúa como instancia represora, poniendo trabas a la libertad creativa y malinterpretando las obras que gestiona. Vidokle critica -no sin razón, es cierto- el papel del comisario y la institución, convertidos en "agentes privados guiados fundamentalmente por el interés"... Sin embargo, y por paradójico que parezca, exime al artista de toda responsabilidad en este asunto, aludiendo a su necesidad de granjearse el favor de estos agentes pese a omitir la causa de esta necesidad: entrar en el circuito comercial.

Precisamente aquí radica el problema: la constante apelación de Vidokle a la "libertad del arte" y a la "soberanía del artista" presupone que existe una forma inmaculada de creación artística, ajena a todo tipo de interés político/económico. Pero es evidente que el artista transige, que se pliega ante el sistema y ante la voluntad del comisario porque quiere estar avalado por la misma institución que con frecuencia critica. No se trata, simplemente, de dinero (ni siquiera es el factor fundamental, admitamos que la gran mayoría de artistas no vive de esto) sino más bien de reconocimiento. El artista aspira a inscribirse de manera legítima en el sistema, a participar de la formulación más clásica -y caduca- de exposición.
"Las exposiciones en sí mismas se han convertido en el contexto singular en el que el arte puede ser visto como arte [...] por eso son muchos los que ahora piensan que es la inclusión en una exposición lo que genera arte, en lugar de los propios artistas." 
Vidokle efectúa un buen diagnóstico, pero a mi juicio yerra en el remedio. Si el artista no está conforme con esta concepción de la práctica estética -tan mercantil, por otra parte- basta con que apueste por cambiar de plataforma de difusión (y no, no me refiero a uno de esos autoparódicos espacios alternativos): nunca antes en la historia habían podido prescindir los creadores tan libremente como ahora de los intermediarios. Me atrevería a decir que, en el presente contexto, el principal cometido del artista debería ser, parafraseando a Brea, producir dispositivos de distribución pública del conocimiento artístico.

La institución ha sabido integrarse plenamente en el ámbito de la industria cultural, asimilando -desactivando- la critica a sus estructuras, procesos y mecanismos en su propio seno. En este sentido, la importancia del comisario es fundamental ya que, entre otras cosas, es el encargado de localizar propuestas ajenas al ámbito institucional para "invitar" a sus autores a participar en él, esto es, de devolver al redil del mercado, la academia y la burocracia a aquellos que operan en sus márgenes e intersticios.

Habida cuenta de lo anterior, creo que es evidente que el artista debe optar por una vía de confrontación, en forma de producción de espacios liberados de la presión y el control institucionales. No se trata de un medio o complemento, como Vidokle apunta, sino de un fin en sí mismo. Intentar insertar esta crítica en el sistema, respetando sus pautas, sin sabotearlo, es, desde esta perspectiva, trabajar en vano.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Neutralidad de la red: apología y petición

Se pueden hacer muchas lecturas del dantesco espectáculo que tuvo lugar la semana pasada en el Senado. A grandes rasgos, una moción para garantizar la neutralidad de la red fue rechazada, al tiempo que las opiniones de los ciudadanos en relación con el asunto fueron tildadas de "factores externos que degradan la imagen y el trabajo" de la Cámara.

Muchos han relativizado el incidente aludiendo a la escasa utilidad de una moción de estas características. Pero no se trata de una cuestión pragmática; el verdadero problema radica en el desprecio senatorial y en la genuina ignorancia que todo este proceso ha denotado. 

La falta de formación y la necedad de gran parte de la clase política es tal que ha llegado el momento de que nos avergoncemos. De que nos avergoncemos, sí, nosotros, los que hemos consentido que la mediocridad, la desidia, la falta de escrúpulos y el analfabetismo funcional se perpetúen en el poder.

Y lo peor no es nuestra pasiva complicidad, sino el derrotismo que se percibe en gran parte de las opiniones. Se podría pensar que estamos sentenciados a padecer las mismas miserias hasta el final de los tiempos: "el sistema está podrido", "hay demasiados intereses en juego", "tenemos mucho que perder y poco que ganar"... Escuchando algunos comentarios, nadie imaginaría lo que ha costado alcanzar ciertos derechos; parece que el estado de bienestar nos ha condenado a la indolencia y al olvido.

El debate sobre la neutralidad de la red es ineludible, como lo es el del tratado ACTA. Hay demasiadas cosas en juego, comenzando por el propio Estado de derecho (se dice pronto), lentamente erosionado. Nos quejamos del país que hemos recibido, pero no hacemos nada por cambiarlo. Y no hablo de grandes revoluciones, sino de voluntad, de sentido común, de trabajo. Las formaciones políticas no nos representan, el sistema, tal y como funciona ahora mismo, es una humillante carga; las listas cerradas, una estafa; y el bipartidismo, un cáncer que nos afanamos en alimentar. ¿Cómo se puede sostener, todavía hoy, esta farsa? ¿Cómo es posible que nos sigan vendiendo un enfrentamiento ideológico en donde solo hay espectáculo, en sentido plenamente debordiano? Puestos a que siempre gobiernen los mismos, sería mejor que decretásemos una alternancia periódica, por aquello de ahorrar gastos, retórica y decepciones.

No, definitivamente esta dicotomía no forma parte de nuestro ADN. Me atrevería a decir que cualquier otra vía, sin excepción alguna, resultaría, a día de hoy, más productiva. Esta misma idea la ha expresado Carlos Sánchez Almeida de una manera más clara: "es posible que nuestro voto se pierda, pero nunca será inútil: lo único inútil es votar a los de siempre".

***

Apología y petición.
Jaime Gil de Biedma

¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno,
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo he pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.

Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia.

sábado, 20 de noviembre de 2010

ARCO 2011. Los complejos del sector artístico

"Arco 2011 pierde galerías y gana calidad", publica Expansión. Lo de los medios de comunicación / voceros no tiene nombre: podrían, al menos, tener el detalle de esperar a que comience la feria para dar por cierta la proclama de la organización...

En cualquier caso, el titular nos brinda una interesante reflexión: en el contexto de una feria comercial ¿qué debemos entender por calidad? Esto de la industria cultural es una suma de contradicciones: ¿quieres vender o quieres generar cultura? Ya sé que se pueden hacer las dos cosas pero, no lo neguemos, es difícil conciliarlas: o remas en una dirección o remas en la contraria.

Esta disyuntiva remite a una de las grandes paradojas del sector del arte contemporáneo: a la hora de vender, se considera a sí mismo industria, con todas las de la ley; a la hora de comprar, se desmarca, exige subvenciones y habla de bienes que exceden el alcance de lo comercial. ¿En qué quedamos?

Pretender que una cita estrictamente comercial se rija por criterios de calidad expositiva no tiene ni pies ni cabeza. Cualquiera que ha estado en una gran feria -no importa cuál- sabe que la palabra adecuada para definirla es saturación. El metro cuadrado en IFEMA es realmente caro, y hay que amortizarlo. Nada reprobable, ¿verdad? ¿Por qué, entonces, se nos llena la boca hablando de "calidad" y "cultura"? ¿Estamos hablando de lucro empresarial o de bien común? ¿Para qué pagan los expositores, para vender o para deleitarnos?

En el ámbito artístico perviven ciertos prejuicios. "Vender", así, a palo seco, como en la plaza de abastos, queda feo; hay que vender, pero con glamour, entre ceremonias, presentaciones, excesos retóricos y un anacrónico boato. Son los complejos del sector: las galerías reclaman su posición en la industria pero sufren reacciones alérgicas cuando son equiparadas cualquier otro tipo de "tienda". Parece que artista, galerista, crítico y comisario viven más allá de las vulgares transacciones comerciales, pero a nadie se le escapa que las necesitan.

Creo que sería mucho más elegante, sincero y honesto acabar con esta pantomima. Como historiador del arte, me encanta que se aprecie mi trabajo, pero creo que, a la hora de captar clientes, vender y administrar, un publicista, un comercial y un gestor lo harán mejor que yo. No me parece una verdad tan difícil de digerir.

Una alternativa, no obstante, es aspirar a que la creación cultural contemporánea reciba una consideración especial, pero en ese caso me parece absurdo pretender integrarla a medias en el tejido económico, tomando lo que interesa y desechando lo que no conviene. O aceptas las imposiciones del mercado o rechazas tomar parte en su juego. Lo demás es autoengañarse, entremezclar sin criterio ferias, bienales, exposiciones privadas y públicas, y hasta iniciativas de acción comunitaria... Generar, en suma, un clima de confusión en el que unos pocos salen muy bien parados, mientras la cultura y la ciudadanía pierden.

martes, 16 de noviembre de 2010

Precio y valor de las obras de arte

Una de las preguntas que la gente suele hacer en una galería de arte es aparentemente sencilla: ¿cómo se calcula el precio de una obra?

Lo curioso es que el tema tiene más miga de lo que parece. Cuando se habla de una pieza antigua, casi todo el mundo se imagina a un tasador determinando la época, el estilo, la importancia del autor en un contexto concreto... Pero el arte contemporáneo es diferente: desaparece la distancia temporal y aumenta el componente especulativo, especialmente en el caso de los artistas no consagrados, alejados de las casas de subastas que, en cierto modo, establecen la oferta y la demanda.

Hay galerías que utilizan un sistema de coeficientes, asignando un valor de referencia a cada autor por su currículum y calculando el precio de las diferentes obras, de un modo absolutamente racional y sistemático, en función de sus medidas; otras, por su parte, optan por criterios comparativos más flexibles. Independientemente del método empleado, lo importante es que se define casi siempre una relación directa entre precio y dimensiones.

La vinculación parece lógica, y nadie puede cuestionar su utilidad a la hora de definir una política de precios coherente y comprensible desde un punto de vista mercantil. Sin embargo, en mi opinión, desprende un innegable aroma a supermercado: ¿a cuánto va el kg. de ternera? o, dicho de otro modo, ¿a cuánto va el 100 x 100 cm. de fulanito?

Desde un punto de vista artístico -no comercial, recalco- resulta absurdo pensar que una obra es mejor que otra por la simple razón de que es más grande. En el caso de la fotografía la cosa adquiere tintes absurdos: si revelas una imagen a 50 x 50 cm., la valoras, pongamos, en 1.500 euros; pero si revelas esa misma imagen, sin variación alguna, a 100 x 100 cm., su precio asciende a 3.000 euros. Me recuerda demasiado a la multiplicación de los panes y los peces...

Lo del vídeo-arte es aun más curioso. Si nunca has hecho vídeo antes, no importa, te guías por los precios de un artista que, dedicándose al tema, tenga un currículum similar al tuyo y lo tomas como referencia. Puede que sea tu primer acercamiento al formato -y de paso un absoluto desastre-, pero pides 3.000 euros y te quedas tan ancho. No serás Godard, pero mientras sus películas se editan masivamente en DVD, las tuyas son "edición de cinco". Considerando que todo el mundo podrá descargar lo que hayas filmado una vez que alguien lo ponga en circulación en la red, al final tendrás a cinco coleccionistas pagando única y exclusivamente por un papel que reconoce aquello que poseen como original. La cuestión es: ¿a qué se refiere exactamente el certificado de autenticidad? ¿Al contenido del DVD? ¿Al disco en sí mismo? Resulta tan irracional, tan fetichista, pretender preservar la unicidad de la obra en este contexto...

Por si esto fuera poco, en ocasiones emerge un factor desconcertante: el coste de producción. Puede que vendas tus fotografías o vídeos a 3.000 euros, pero ¿qué pasa si un día te levantas excéntrico y sientes la necesidad de gastarte medio millón en la producción de tu próxima obra? En caso de que así sea, y suponiendo que encuentres financiación, no importará que te abandone la inspiración y presentes la pieza más vergonzosa jamás creada, ya que verás totalmente razonable y justificado pedir, al menos, 200.000 euros por cada una de las cinco copias (por aquello de recuperar la inversión, se entiende) aunque sean de todo punto infumables.

Lo peor de todo es que la gente asume con tanta naturalidad estas prácticas que a veces me pregunto si soy yo el problema, el que piensa "raro". Es entonces cuando recuerdo que es una práctica (relativamente) extendida la "edición" y comercialización de performances, como si fuesen grabados, y respiro aliviado.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Tecnología, redes, política y espacio público

"Tu timeline no es EL mundo", leía hace unos días en Calvo con barba; es cierto, por curioso que parezca, en ocasiones utilizamos herramientas que podrían ampliar nuestras perspectivas como simples formas de autoafirmación.

José López Ponce lo ha planteado de una manera más drástica: a su juicio, Twitter propicia una suerte de fast knowledge o conocimiento basura en razón de su formato, que considera apropiado para un consumo rápido y poco reflexivo. No está de más, por cierto, leer su crítica hacia un incipiente etnocentrismo 2.0.

Creo, sin embargo, que el problema es poner el acento en las herramientas, exagerando la importancia de la tecnología, que carece de voluntad. Lo verdaderamente importante es lo que hacemos con ella y, en este sentido, resulta paradójico comprobar que, en una época definida por profundas transformaciones en nuestro modo de procesar la información, hemos perpetuando una buena cantidad de viejos vicios (hoy es nuestro timeline, antaño eran dos cabeceras y dos informativos).

Hablamos continuamente de la importancia de la web 2.0, de las estructuras de trabajo horizontales, de la bidireccionalidad de los procesos comunicativos y de la posibilidad de construir una esfera genuinamente pública. Exigimos un nuevo periodismo, una nueva educación, un nuevo sistema cultural, una nueva empresa... Pero, ¿hasta qué punto se traducen en cambios reales y efectivos estas ideas?

Hablemos claro: la mayoría de la gente no sabe qué es Wikileaks ni quién es Julian Assange, y la decisión de disputar el Madrid - Barça el lunes 29 de noviembre ha tenido mucha mayor repercusión en nuestro país que las negociaciones en torno al ACTA. En ciertos círculos (relativamente amplios, es cierto), estas y otras cuestiones, como la necesidad de promover el software libre o las consecuencias de la promulgación de la Ley Sinde, revisten una importancia capital; en la calle, mayoritariamente, no.

Lo que ocurre es que hay una fractura evidente entre dos formas de entender y emplear las nuevas -es un decir- tecnologías de la información.

Existe un grupo de usuarios que apuesta por la construcción colectiva de un gran espacio de debate y por la redefinición de las formas de acceso a la cultura y a la información. No hablo de una única vía, sino de opiniones enfrentadas -a menudo de manera visceral- bajo la convicción común de que es posible -imprescindible, más bien- lograr una amplia participación social en los mecanismos de decisión política, favoreciendo nuevos modos de gestionar los recursos públicos y abogando por la intervención directa de la ciudadanía.

Frente a esta postura, en cierto modo activista, emerge un amplísimo sector de la población que no participa de manera directa en la producción de contenidos, que no se pronuncia en torno a cuestiones políticas fundamentales y que no expresa sus inquietudes públicamente. Hay mucha gente que no utiliza la red para hacer cosas que antes no podía hacer, ni para llegar a lugares a los que no podía llegar, sino más bien para reforzar ciertas pautas y actitudes, para consolidar su pertenencia a determinados grupos locales y restringidos. Es un uso tan lícito como cualquier otro, pero tiene sus consecuencias.

Castells habla a menudo del fenómeno Obama y de cómo su capacidad para movilizar al electorado en internet resultó clave de cara a su elección. Algunos creyeron ver en este hecho una prueba del poder de las redes y un signo de esperanza; tal vez sea más razonable entenderlo como la demostración de que la tecnología puede ser instrumentalizada en beneficio de un determinado grupo de poder. Al fin y al cabo, ni Obama es un mesías, ni salió de la nada.

Por otro lado, ni las nuevas formas de acceder a la información ni la revelación de documentos que ponen en entredicho a diferentes gobiernos han conseguido generar cambios estructurales a nivel político. En España, por ejemplo, no parece que la indignación frente a la Ley Sinde vaya a echarla por tierra (la estupenda idea de Hacktivistas está teniendo una discreta acogida); y tampoco hay indicios de que nuestro bipartidismo crónico peligre... Por cierto, la ilegalización del famoso canon -parcial e insuficiente- se produjo a raíz del litigio entre la SGAE y Padawan S.L., no a causa de la presión social.

Se supone que internet permite invertir las tornas, al dar voz a quienes no podrían haber tomado la palabra de otro modo, cambiar las cosas. Sin embargo, en la práctica, lo que ocurre es que las grandes maquinarias mediáticas mantienen su hegemonía; mermadas, sí, pero con la capacidad de decidir sobre los asuntos realmente trascendentes ante una desidia generalizada.

No me malinterpretéis, no es una visión pesimista. Lo que intento decir es que (todavía) no estamos aprovechando tanto como podríamos una serie de herramientas que nos ofrecen posibilidades excepcionales. La tecnología evoluciona rápidamente, pero las mentalidades no cambian de la noche a la mañana. Cada día que pasa creo más firmemente que todos los esfuerzos deben concentrarse en la educación: fomentar el pensamiento crítico y una cultura de participación y debate debe ser una absoluta prioridad.

De momento, en muchos sentidos, nos valemos de nuevos soportes para cometer viejos errores. Quiero creer que el verdadero alcance del cambio de paradigma tecnológico está por llegar. Disponemos de los medios adecuados; concebir y promover una nueva cultura y una nueva sociedad es, más que un deseo, una obligación.

sábado, 6 de noviembre de 2010

La renuncia de Santiago Sierra

Santiago Sierra renunció ayer al Premio Nacional de Artes Plásticas:

    Madrid, Brumaire 2010
    Estimada señora González-Sinde, Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes. 
    Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local. 
    El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour.
    ¡Salud y libertad! 
    Santiago Sierra

    Aquí está la carta original
    , que lleva veinticuatro horas provocando reacciones tan viscerales como enfrentadas, entusiasmando y repugnando a partes iguales.  

    Muchos besan sus pies y aplauden su desplante con devoción fanática; no menos lo tachan de incongruente, hurgando en la llaga: si Santiago Sierra es un artista crítico con las estructuras de poder, ¿por qué actúa, desde hace años, como una de las referencias del sistema artístico, alimentando el mercado que dice aborrecer? ¿Por qué ha trabajado, directa e indirectamente, para el Estado que dice denostar? Es mera "pose de artista", afirman.

    Todo puede ser... Aunque el argumento es ciertamente endeble, a la luz de la pobreza conceptual y la inocuidad política de la inmensa mayoría de las propuestas que llenan las salas de los centros y museos de arte contemporáneo; a su lado, el gesto de Sierra parece mesiánico.

    En el fondo, la duda es lógica (y necesaria). Es tan difícil saber dónde termina la crítica y dónde comienza el espectáculo... Pero el juego de Sierra es muy viejo: contra el sistema desde el sistema. La institución es necesaria, incluso para ser refutada: Duchamp y Beuys lo tenían muy claro.

    ¿Cuál es la capacidad crítica del silencio? Ninguna. Tal vez Sierra habría tenido las manos más limpias -es un decir- si hubiese vivido sus días como un eremita, pero en ese caso su voluntad crítica habría resultado absolutamente estéril, y hoy ya habríamos olvidado el nombre del nuevo Premio Nacional de Artes Plásticas. Un nombre más, uno de tantos, incapaz de arrancar una sola palabra; una nota marginal en un diario prescindible, a medio camino entre el café y las tostadas.

    Sierra ha hecho lo que siempre exigimos a quienes tienen la potestad de obrar a su antojo, a aquellos que no tienen que comulgar con el credo establecido para sobrevivir (en el sentido más literal de la palabra): decir no, provocar, anteponer el exabrupto a la hipocresía, entorpecer la producción espectacular de la realidad.

    Toda institución busca reafirmar su legitimidad, y el trabajo de Sierra es más que apropiado para conseguirla. Si se le invita a exponer, se le da la oportunidad de hablar -como ocurrió en la Bienal de Venecia de 2004- y tiene lugar un enfrentamiento real. Un galardón, sin embargo, es una forma mucho más taimada y sutil de domesticación: su aceptación es siempre pasiva. El rechazo no era la mejor opción, sino la única.

    Sierra no es un profeta, ni aspira a serlo; es un artista que, pese a moverse en los circuitos establecidos -esto debe quedar claro-, conserva cierta capacidad epatante. Articula un discurso rotundo y consigue generar un debate relativamente efectivo, incluso más allá del ámbito del arte contemporéno, ese espacio que cuanto más habla del mundo real más se aleja de él.

    Y no es de extrañar ni el tono zafio de muchos de sus mensajes ni su vocación polémica y mediática. Santiago Sierra también se ríe de quienes le aplaudimos, de quienes transigimos, de quienes consentimos. Se ríe del espectador, cómplice de la institución y responsable de la desigualdad social que critica desde la complacencia. Se ríe incluso de sí mismo: todos estamos en el mismo barco.

    Cierra Nietzsche:
    La palabra más soez y la carta más grosera son mejores, son más educadas que el silencio.
    Actualización, 7 de noviembre:
    El affaire Sierra ya monopoliza salonKritik; los comentarios se multiplican en contraindicaciones. Por fin un mínimo debate, un pequeño triunfo... A propósito, yo no me tomaría tan en serio algunas de las afirmaciones del artista en su carta; me parecen parte del teatro, de la burla, de la provocación.

    Dos artículos muy  recomendables: el de María Virginia Jaua y el de Daniel Cerrejón (por cierto, tiene razón: la renuncia de Sierra es "una obra más"; hay que juzgarla como tal).

    lunes, 1 de noviembre de 2010

    El incierto propósito de los eventos culturales

    Raquel Herrera escribe en su blog acerca de algunos "vicios" comunes en los eventos culturales, más concretamente en jornadas de debate, conferencias, talleres u otro tipo de actividades de tipo divulgativo.

    De entre sus ideas, extraigo tres puntos me dan pie para tratar algunas cuestiones, a saber:

    1. La proliferación de ponentes con escasas dotes comunicativas o con tendencia al efectismo visual vacuo.

    Este tema me empezó a obsesionar allá por mi primer año como universitario: ¿cómo es posible que un profesor / conferenciante se dedique a leer lo que lleva escrito en unos folios? ¿Cómo puedes invitar a dar una charla a alguien incapaz de hablar en público o reacio a hacerlo? En este aspecto, la Universidad tiene un problema serio: no diferencia a docentes de investigadores. En la práctica, esto significa que los estudiantes están obligados a tragarse a teóricos excelentes con una capacidad de comunicación nula mientras se pierden a grandes profesores que no han satisfecho los requisitos del filtro académico. Filtro, por cierto, curioso donde los haya, fundamentado en criterios cuantitativos: el objetivo del aspirante a profesor es acumular estancias de investigación, comunicaciones en congresos y artículos en publicaciones científicas, sin importar lo más mínimo la calidad de los citados méritos (que así los llaman)... Pero esa es otra historia.

    2. La tendencia a ignorar el tema a tratar en unas jornadas y que cada conferenciante acabe hablando de lo que le da la real gana.

    Esto puede parecer anecdótico, pero es realmente preocupante. Las conferencias no deberían ser organizadas para el lucimiento personal de quienes las imparten, sino para favorecer un debate productivo que redunde en beneficio de todos. Concebirlas como medios para que los invitados puedan añadir una línea a su currículum o desahogarse públicamente es, en mi opinión, una tomadura de pelo.

    3. El creciente número de eventos "meta", dedicados a hablar del cómo ignorando el qué, a abordar el proceso descuidando el objeto (habla Raquel, en este punto y a modo de ejemplo, de los encuentros dedicados a analizar la gestión cultural sin atender a los propios contenidos culturales).

    En este sentido, la pregunta que hay que hacerse es la siguiente: ¿cuál es el propósito de las actividades culturales? A menudo, ni siquiera sus organizadores tienen claro para qué convocan debates en los que nadie debate o conferencias que nadie escucha.

    Puede parecer una exageración, pero muchos sabemos que no lo es. ¿Qué sentido tiene que todos los asistentes a una ponencia sean universitarios que van a "ganarse" un crédito de libre configuración o, peor incluso, estudiantes de la ESO obligados a ir?

    En ocasiones, se llega a extremos incomprensibles. Sin ir más lejos, a principios de octubre me llegó información sobre unas jornadas organizadas por el Consello da Cultura Galega bajo el título de "Arte + Grandes Eventos". El programa era interesante; el calendario, "curioso" -miércoles y jueves a partir de las 10,30h-; no se preveía ningún tipo de cobertura online y, a día de hoy, ni siquiera están colgados en la red los vídeos de las intervenciones. Yo sólo puedo hacerme una pregunta: ¿había realmente alguna intención de favorecer el seguimiento y la participación en las jornadas?. Un miércoles a las 11 de la mañana, por lo general, la gente está trabajando; si no habilitas una forma alternativa de acceder a los contenidos, ¿qué pretendes? Con decir que les mandé un mail hace tres semanas, preguntando si iban a subir los vídeos, y no me han contestado...

    Es la historia de siempre. A final de año las instituciones tiran de archivo, recordando la cantidad de actividades organizadas y la importancia de los ponentes invitados, como el niño que exhibe los cromos de su álbum. ¿Es esto promover el acceso a la cultura? Lo siento, pero no; y no podemos achacar esta situación a la falta de medios, porque a día de hoy no ese no es el principal problema.

    Es necesario definir claramente los objetivos, formular las preguntas adecuadas, abandonar la retórica grandilocuente en torno al papel del arte y la cultura para comenzar a gestionarlos de una manera socialmente productiva. Afortunadamente, muchos ya se han dado cuenta.

    viernes, 29 de octubre de 2010

    El comisario (segunda parte)

    Puedes leer la primera parte aquí.

    ***

    Una vez identificadas ciertas actitudes comunes y poco recomendables en el ámbito curatorial, creo que es conveniente reflexionar, desde una perspectiva más constructiva, en torno a algunas cuestiones básicas.

    Hasta hace apenas unas décadas resultaba relativamente sencillo gestionar el conocimiento a nivel personal y profesional. Existía un acceso controlado y mediatizado a la información a través de prensa, radio y televisión, la configuración por antonomasia de los mass media. En paralelo, la cultura, o más bien una idea muy concreta de ella, era custodiada por una suma de instituciones: la universidad, el museo, la academia, las industrias audiovisual y editorial (no olvidemos la importancia que mantiene el libro, en tanto que objeto, todavía hoy, como supuesto garante del conocimiento)... Más allá de ellas, el underground... Y eso era todo.

    El auge de las (nuevas) tecnologías de la información, la reestructuración del sistema socioeconómico y las transformaciones culturales han dinamitado este contexto, socavando la verticalidad de los procesos comunicativos, progresivamente descentralizados, cuestionando toda forma de autoridad intelectual, estética o política; en paralelo, la omnipotencia del mercado es cada vez más obvia. Bauman define este cambio, de manera elocuente, como el tránsito de una forma sólida a una forma líquida de modernidad: desaparecen las referencias, estructuras y sistemas de valores estables, se agotan las certezas; la cultura, la historia y las formas de relación social dejan de ser unívocas y permanentes; la historia del arte abandona su concepción evolutiva vinculada a la idea ilustrada de progreso.

    En este nuevo y dúctil escenario, la figura del comisario se antoja más imprescindible que nunca, pero no en su formulación convencional, como agente encargado de legitimar o enfatizar determinados discursos en el seno de una solemne y mayúscula Historia del Arte y las Ideas Estéticas, sino entregado a la tarea de generar y activar espacios públicos de diálogo, enfrentamiento y disensión.

    La vieja noción de comisariado no puede ser desligada de una caduca concepción expositiva, de la muestra en tanto que evento capaz de fijar, asentar, inmortalizar, solidificar, en suma, determinados conceptos en el discurrir de un proceso evolutivo y lineal. La forma clásica de exposición -y de museo, por extensión- se define por su estatismo y unidireccionalidad, características estériles en un contexto en el que las funciones de sanción y conservación adquieren un rol secundario en favor del procesamiento y la interrelación de los contenidos, de la construcción colectiva de la cultura, de la esfera pública.

    Ahora, la intervención / producción debe prevalecer sobre la reproducción. Asumir esto supone admitir una evidente crisis del modelo expositivo-museístico clásico, afanado en espacializar los nuevos flujos y procesos creativos, por definición abiertos, en permanente desarrollo y reacios a toda acotación; volcado en la defensa de una concepción aurática de la imagen que parece ignorar su nuevo estatuto digital.

    De una tradición que se funda en las nociones de Autor y Obra a una realidad que exige participación y proceso (un proceso efectivo y abierto, no el arte procesual que la institución se encargó de domesticar y canonizar). No parece haber otra vía, considerando que depender del objeto y la firma es condenar la creación al mercado.

    La alternativa radica en la interpretación crítica, en la exploración de los intersticios del sistema. La tarea del comisario no debe ser afirmativa, sino interrogativa; no debe reducirse a la "escena artística", sino que debe comprender la producción simbólica en un sentido amplio -atendiendo, especialmente, a las condiciones en que ésta se produce y a los intereses a los que obecede-. En un contexto de sobreabundancia de información y contenidos creativos,  la tarea más necesaria es el análisis y la elaboración de una suerte de cartografía cognitiva -parafraseando a Jameson- que nos dote de herramientas para asimilar e intervenir las diferentes propuestas y nos incite a producir las nuestras.

    Desbrozar, contextualizar, cuestionar, promover. El arte no es el único ámbito en que se hace necesario un cambio de paradigma.

    miércoles, 27 de octubre de 2010

    El comisario (primera parte)

    Existe una figura fundamental para comprender cómo funciona el (mercado del) arte contemporáneo: el comisario, tercera persona de la Santísima Trinidad de la industria cultural, que completan el crítico y el director.

    A grandes rasgos, el comisario de una exposición (también llamado curator o curador) es el máximo responsable de la misma: selecciona los artistas, las obras y el montaje; asume la organización conceptual y estética; escribe los textos divulgativos; supervisa la maquetación del catálogo... Siempre en función de las posibilidades de la entidad que acoge la muestra, claro.

    Desde la aparición de Harald Szeemann, en los años 60 del siglo pasado, la importancia y repercusión mediática del comisario no ha dejado de crecer. Prueba de ello es que, en nuestros días, personajes como Hans Ulrich Obrist gozan de más popularidad que la mayoría de autores en la escena artística.

    Sin embargo, y como cabría esperar, esta repentina y creciente valorización de la práctica curatorial ha terminado por banalizar la percepción pública de esta actividad e incluso la actividad misma. El aura del comisario-estrella, esa pieza indispensable en el engranaje del sistema artístico, ha atraído a centenares de aficionados, estudiantes, historiadores y otros profesionales, deseosos de abrirse paso en el siempre complejo mundo de la creación contemporánea, dando pie a situaciones ciertamente pintorescas.

    Por ejemplo: te reencuentras, pasado el tiempo, con un compañero de promoción; intercambias algunas palabras amables antes del típico "¿qué estás haciendo ahora?", ante el cual, él, ni corto ni perezoso, te escupe un rotundo "soy comisario". Sin darte tiempo a preguntarle cómo se puede ser comisario sin haber comisariado nada, tu viejo colega extiende una tarjeta muy cool en la que se puede leer con claridad: "Comisario independiente". ¡Independiente! Sí,  freelance... La independencia, esa entelequia; no sé si es peor estar obligado a quedar bien con tu jefe o tener que contentar a todo el mundo...

    El caso es que estas cosas pasan. En cuanto empiezas a moverte por el mundo del arte te das cuenta de que, si das una patada a una piedra, aparecen un montón de personas que han convertido la noble tarea del comisariado en su principal actividad profesional. A medida que las conoces, adviertes, estupefacto, que ciertos patrones se repiten continuamente, dando lugar a diferentes tipos de comisarios perfectamente definidos.

    En primer lugar está el comisario - decorador de interiores, todo un clásico. No es muy aficionado a la lectura (excepción hecha de las revistas de diseño y moda), pero sí al trabajo de campo, esto es, a ver exposiciones con sus amigos y a tomar copas con la crema del establishment. Llegado el momento de exponer, sus grandes preocupaciones son cosas como agrupar las obras por colores y tonalidades (como quien combina bolso y zapatos), buscar la enmarcación apropiada o probar cuarenta tipografías diferentes para las cartelas. El contenido de la exposición puede ser bochornoso, pero la puesta en escena siempre es impecable. Garantiza glamour y autocomplacencia; un valor seguro para muchas instituciones.

    Un segundo tipo es el comisario - poeta. Este creador entre creadores tiene un único propósito: desarrollar su discurso. Para él, los artistas son un necesario (e incómodo) pretexto para llevar a buen puerto su Obra; en consecuencia, se decanta por textos complejísimos en los que habla de cualquier cosa menos de la exposición. En su favor (o en su contra) hay que decir que, con frecuencia, sus reflexiones sobre, digamos, la naturaleza de la imagen son mucho más interesantes que la exposición en sí. Si el artista le deja, no sólo le dice cómo debe mostrar la pieza, sino que se la hace enterita: ¿y por qué no reproduces el vídeo en slow motion con música de fondo? -¿quién dijo vergüenza?- Hombre, no sé, es que... -titubea, timorato, el autor- Nada, nada, tú hazme caso a mí, ya verás lo bien que queda...

    Un tercer personaje: el comisario - colega. Maestro de maestros. No organiza exposiciones, sino fiestas; no es un teórico, sino un relaciones públicas. Por norma, tiene una nómina de diez o doce amigos que rota en todos y cada uno de los eventos que organiza y a los que también utiliza como "asesores". En la oficina-café-bar hace gala de su rigor intelectual:


    - Tengo que hacer una exposición sobre arte público, estoy pensando en llamar a fulano... 
    - Ah, te va perfecto, ¿por qué no llamas también a mengano? 
    - ¡Cierto! No lo había pensado, de lujo... También quería meter algo de escultura ["meter", como quien le echa un hueso de jamón al caldo] 
    - Pues llama a zutano, que ahora está haciendo escultura...
    [tal y como suena, es pintor pero desde que se aburre le da al cincel]
    - ¡Es verdad! ¡Otra ronda!


    Luego está el comisario - comodín, que lo mismo te organiza una muestra de arte sonoro que un festival de artesanía; y su antítesis, el comisario - especialista, que rechaza cualquier estímulo externo ajeno a su tema de estudio. Este último adopta incontables apariencias. A menudo, su cerrazón adquiere tintes cómicos, y no es difícil encontrarse a un "experto en arte y nuevas tecnologías", pertrechado con sus iPhone, iPAD y Macbook, afanándose en enviarte una imagen de 50 MB al grito de "va muy lento, no sé qué le pasa", o frustrado ante su incapacidad para descomprimir un archivo. A modo de venganza, entiendo, te mete entre pecho y espalda una expo con veinticinco instalaciones "interactivas", a su parecer de absoluta vanguardia, en las que el espectador puede tocar malamente cuatro teclas para conseguir cuatro efectos baratos.

    El comisario - oportunista es el sexto perfil. Su modus operandi no tiene miga: si está de moda la sostenibilidad, hablamos de sostenibilidad; que se lleva el new media, abrazamos lo digital; que las instituciones apoyan "cuestiones de género" (esto es digno de estudio), todos contra el machismo; que reclaman discursos patrióticos, revisión historicista del "arte nacional" al canto... "Es muy versátil", dicen.

    He dejado para el final al comisario - perfeccionista,  la quintaesencia de la profesión curatorial. Se rige por una máxima muy sencila: si lo hago yo, está bien; si lo haces tú, está mal. Cuando le pillas el punto, lo mejor es darle las cosas mal hechas a propósito, porque si se las das como le gustan te enviará las "correcciones" más inverosímiles y absurdas. No existe un centímetro cuadrado de la exposición en el que no deje su huella: al diseñador gráfico le dirá cómo hacer la difusión y el catálogo; al montador, cómo colocar los tornillos; al artista, cómo vestirse para la inauguración; al director de museo, cómo gestionarlo; al recepcionista, cómo saludar a los visitantes; a los visitantes, cómo contemplar las obras... Y así ad infinitum. Como colofón, todo estará siempre mal hasta el minuto previo a la apertura, a partir del cual juzgará la exposición un dechado de virtudes (no podría ser menos, estándo él/ella al mando...). Si algo saliese mal (opción de todo punto imposible), sin duda culparía al arquitecto de haber proyecto erróneamente el edificio.

    Lógicamente, además de los anteriores, hay comisarios de criterio sólido y ego mesurado, poco propensos a favorecer a sus amistades, respetuosos con el trabajo ajeno, serios y sin ínfulas mesiánicas; huelga decir que no abundan, y que no hay un método infalible para localizarlos en el maremágnum del espectáculo artístico. No obstante, por regla general, se les distingue en virtud de algunas particularidades comprensibles: por un lado, tienden a apartarse en lo posible del sarao de las inauguraciones y de la pompa circense de los grandes eventos; por otro, rara vez viven del comisariado y, en muchos casos, ni siquiera se dedican de manera exclusiva a la crítica o a la gestión institucional en el ámbito del arte contemporáneo.

    De cualquier forma, y antes de que me aticen, recordaré que toda regla tiene sus excepciones...



    ***

    Lee la segunda parte.